14/6/15

Más que madres, ¡madrazas!

No hay mayor fuerza conocida en la naturaleza que la de una madre.

Cuando hace tan sólo unos días  descubríamos la historia de  Scarlett, una gatita callejera que salvó una a una  a sus crías de que se quemaran vivas al salir ardiendo el  edificio abandonado en el que había dado a luz, nos llega ahora la historia de la famosa cigüeña de Brunete.

¿Han visto las imágenes? Pocos se imaginaban lo que ocurriría cuando, por culpa de un incendio, las llamas rodearon el majestuoso ayuntamiento madrileño de  Brunete. 
Los planos, grabados con un móvil y emitidos por las televisiones nacionales, han dado ya la vuelta al mundo.
Ver la escena sobrecoge y pone los pelos de punta. En ella se recoge claramente cómo una cigüeña madre, angustiada por la fuerza del fuego, decide arrojar a sus dos polluelos del nido al vacío antes de que las llamas acaben con sus vidas. 

Las crías, afortunadamente, amortiguaron el impacto contra el suelo aleteando las pocas plumas de sus alas. Ahora se recuperan en un centro especializado de la capital.
La verdad es que considero que no hay fuerza más prodigiosa que la de una madre, la he visto en muchas especies de animales y siempre me ha parecido infinita. 


Se repite todos los años cuando la fiesta de la vida nos visita en primavera. La muestran las lobas que se enfrentan a cualquier animal, incluido el hombre, si creen que pueden ser un peligro para la vida de sus crías. En esos casos no dudan en entregar la suya a cambio de la de sus hijos.

También aparece claramente en los animales salvajes de nuestro entorno más cercano. 
Si nos acercamos a las zonas de humedales, desde las casetas de avistamiento y los centros de interpretación, podremos ver a estas alturas, por ejemplo, a las avocetas y las cigüeñuelas, en plena crianza de sus polluelos.
Ellas, al percatarse de nuestra presencia, representaran ante nosotros uno de los bailes más hermosos que puede regalarnos la naturaleza. Lo bauticé hace tiempo como  "el baile de la herida" y no es sino una manifestación más de la defensa de las crías por parte de sus madres.
Este ritual se reproduce siempre de la misma forma. Todo comienza cuando la hembra observa alarmada como nos acercamos a la zona donde están sus hijos. En ese mismo instante parecen saltar todas las alarmas de su cuerpo. Para ella somos, sin duda, un peligro cierto para su descendencia y, ante eso, todo vale.
Por eso, inmediatamente, observaremos como, rápidamente y volando, inicia una maniobra de acercamiento a nosotros. Sin embargo, no lo hará en línea recta ni marcando en el aire un vuelo majestuoso y perfecto, ¡para nada! Lo hará dando giros y más giros sobre nuestro cuerpo, subiendo y bajando en el aire, una y otra vez. 
¿Está loca? ¿Vuela, quizás, bajo los efectos de una repentina enajenación o demencia? No lo crean. De nuevo apelo, como en otros artículos, a la interpretación de su lenguaje. 
Veamos… Para empezar, no nos está atacando como podríamos pensar, está simplemente llamando nuestra atención, intentando que no la perdamos de vista en ningún momento, es más, realmente lo que está es pidiéndonos que seamos nosotros la que le ataquemos a ella. 
Pero, les sigo explicando… Verán, el animal, al comprobar cómo ante su presencia, no se produce reacción alguna por nuestra parte, comenzará a bajar al suelo, es decir,  se posará sobre la  tierra y comenzará a andar como si tropezara con el aire, como si un objeto invisible no le permitiera andar bien, en definitiva, lo hará como si tuviera una pata rota o lastimada y no pudiera apoyar la misma. 
¿Y por qué hace todo eso? Se preguntarán ustedes. El motivo es sencillo. Para ella nosotros somos un grave peligro y su primera opción es pensar que somos una amenaza aéreo, es decir, una especie de ave depredadora con un único objetivo: alimentarse de sus crías. 
Sin embargo,  al ver que no echamos a volar tras ella, cambia totalmente su estrategia. 
Entonces, decide bajar al suelo convencida de que debemos tratarnos de algún animal terrestre, un zorro en busca de comida, por ejemplo.
Pero ¿qué le mueve realmente a ese comportamiento? Evidentemente, defender a sus crías, eso está claro pero, hay más.  
Ella cree que si nosotros nos acercamos a sus hijos, es porque queremos alimentarnos de ellos. Así que piensa: Si quieren comerse a mis hijos es porque tienen hambre. Y si tiene hambre, les será más fácil y atrayente comerme a mí que, por un lado, soy más grande y, por otro, aparento estar herida, así que soy una presa sencilla, más que ellos que aún son pequeños y tienen mucho que crecer.

¿Comprenden, ahora? Así de duro. Nos entrega su vida a cambio de la de sus hijos. Y no crean, son muchas las madres que, cada año, mueren así en el mundo animal.
Por eso y mil cosas más, la naturaleza nos demuestra que la fuerza de una madre no tiene límite, está por encima de cualquier otra. 
Al fin y al cabo, no olviden nunca que, gracias a ella, es por lo que, aún, no hemos desaparecido del planeta.


Raúl Mérida


Nota: En el Arca de Noé rescatamos aquellos animales salvajes que necesitan ayuda. Más información en: www.fundacionraulmerida.es  o www.animalesarcadenoe.com