Historias increíbles

Tigres y leones en pisos, pumas en chalets, linces, monos, serpientes...

Historias que ellos no pueden contar

Debemos hacer eco de sus historias; rescates, maltratos...

Historias que podrían haber sido la última

Cachorros, ancianos, con pedigree, inválidos... Da igual su raza y "valor".

Historias de rechazo

Muchos son abandonados cuando dejan de ser "útiles".

Historias de supervivencia

Historias que narran la lucha por sobrevivir al abandono.

26/6/13

Propiedad de nadie

Siempre he creído que sólo se puede tener lo que no se posee, lo que no nos pertenece. Lo pienso cada vez que escucho decir a alguna persona: Yo soy su dueño, refiriéndose a un perro, un gato o cualquier otro animal. 
Al oírlo, en silencio me pregunto: ¿Cómo se puede ser dueño de un amigo?¿Se puede poseer un solo amanecer, ser dueño del sol o de la oscuridad de la noche?

Apenas nos damos cuenta pero cuando intentamos ser propietarios de lo que no nos pertenece, sólo conseguimos alejarnos de ello y acabamos perdiéndolo. 
Es como cuando regalamos flores. Lo hacemos como muestra de cariño o amor. Las flores simbolizan la vida. 
Una vez leí que, si queremos poseerlas, si queremos ser dueño de ellas, sólo conseguiremos ver como se marchitan y mueren en el salón de nuestra casa. Pasadas unas horas, unos días quizás, aquellas flores yacerán convertidas en pétalos secos. 
Algún día nos daremos cuenta de que, sólo se pueden poseer compartiendo con ellas la vida. Viéndolas nacer y crecer en el campo una y otra vez. Sintiendo como el viento las mece, como el agua del rocío las hace brillar... Sólo así nos pertenecen.

De la misma forma ocurre con los animales. No somos dueños, sólo compañeros. Responsables de ellos, de que cada día amanezcan a nuestro lado, de que nunca les falte de nada. 
Cuidamos de su vida, de su felicidad y la dejamos que camine al lado de la nuestra. Somos sus amigos y ellos son los nuestros. 
Sólo poseemos las sensaciones, de los sentimientos que su cariño nos produce. 
Somos dueños del frescor de sus lametazos, de la alegría de cuando salen a recibirnos. Tenemos escriturado a nuestro nombre desde que nacen, su fidelidad de por vida. 
Poseemos una póliza imaginaria que nos asegura sin límite, su amor, su cariño... 
Así somos dueños de ellos, cuidándolos, protegiéndolos, estando siempre a su lado y, sobre todo, respetándolos.
Por eso, cuando a menudo hablamos con alguna persona a la que se ha denunciado porque tiene un animal que recibe palizas o al que mantiene viviendo en pésimas condiciones (atado, al sol todo el día, sin comida...) y va y nos suelta eso de que "Es mío y yo hago con él lo que me da la gana" siempre pienso que no hay nada más atrevido que la ignorancia. 
Ese perro, gato... no es suyo, ni lo será jamás porque ni lo entiende ni sabe de su cariño, porque jamás ha disfrutado de su amistad. No lo es, porque simplemente no siente nada por él. 

Los animales son nuestra responsabilidad, no nuestra propiedad. 
De todas formas que no se preocupen todos aquellos que les pegan o los tienen mal, si no acaban de entenderlo. Será la justicia y las sanciones que se les impongan por ello, las que en su momento, se lo acaben de explicar.



Raúl Mérida

21/6/13

En el cielo

Me dijo que había sido tan especial, tan bonito... y con lágrimas en los ojos me explicó los últimos instantes de su madre.

-     Estábamos de nuevo en el hospital. Era la tercera o cuarta vez que ingresaba en apenas seis meses. A veces me imaginaba que era sólo cuestión de tiempo pero luego la miraba y la veía luchando y de nuevo creía que el milagro era posible. Una y otra vez la vi burlar a la muerte, dejarla plantada en el último momento y volver a sonreír. Pero supongo que todo tiene un final. Mis hijas estaban alrededor suya. Cada una a un lado y yo, desde enfrente, observaba atenta y calmada la escena para no olvidarla jamás. Era el retrato de una despedida. Cogieron con fuerza la mano de su abuela... y ella, como si fueran las últimas asas que le unían al mundo, las apretó con amor y rabia. Para entonces, el dolor se había abierto camino por su cuerpo y, a su paso, arrastraba sus últimos pensamientos. Sin fuerzas ya no era ella. Su carácter y su genio la habían abandonado. Y de pronto, ocurrió... Ella lanzó sus brazos al aire. Los agitó como si fuera una gaviota. Enseguida me di cuenta que mi madre en ese mismo momento había comenzado a volar marchándose de este mundo A veces me pregunto cuál sería su destino.

No le contesté... En estos casos, el silencio contiene las mejores palabras.
Sólo pensé y recordé a una persona que una vez me preguntó acerca del cielo de los animales. 
-     ¿Cómo será? ¿Dónde estará? - me dijo.
-     ¿Cómo? Debe tener la forma como de un corazón amplio y limpio - le contesté. 
-     ¿Donde? Es muy sencillo. Sólo tienes que ponerte la mano en el tuyo. ¿Lo escuchas latir? Ahí viven todos los animales. Los que una vez tuviste, los que tienes y los que tendrás. Ese es el paraíso para ellos, el corazón de sus dueños-.
-     ¿Y los abandonados? ¿Donde irán ellos cuando mueren? - de nuevo me preguntó.
-     No lo sé, pero a veces, creo que los animales abandonados cuando mueren, también viven al lado de sus dueños. ¿Quién podría prohibirles hacerlo? Ellos deben buscar sitio en el corazón de los que un día los abandonaron pero, desgraciadamente, allí no hay lugar para ellos. Así que, tristes y solos, como pueden, se instalan en sus conciencias... y sólo aparecen cuando un perro ladra o un gato maúlla. Entonces les recuerdan que una vez existieron y que siguen vivos en su remordimiento.

En realidad cada vez estoy más convencido de que, mientras se viva en la memoria de alguien, nunca se muere y da igual que camine a dos o cuatro patas, que vuele o que sea capaz de surcar el océano más profundo.
El amor es amor y vive sólo en el corazón de quien lo siente. 
Quien quiere, quien de verdad ama... ama para siempre.


Raúl Mérida

17/6/13

¡Burro, más que burro!

¡Burro, burro!, me gritan cuando paso. ¡BURRO!, cuando la gente quiere que me acerque a ellos, cuando quieren tocarme y ¡BURRO, BURRO! también me llaman cuando quieren insultarme o simplemente reírse de mí. 
Se equivocan, no me molesta, al revés, me encanta, claro que... bueno, al fin y al cabo, es lo que soy, un burro, un auténtico burro. 

Mi cuerpo, ¿a qué engañarnos? Ya sea por el paso de los años que, día a día, ha ido dibujando un arco iris de cicatrices en mi piel, quien sabe si por el transcurrir de la vida que tampoco me ha tratado muy bien o, simplemente, simplemente por el paso sobre mi lomo de tantos y tantos dueños, dueños que me hicieron conocer al hombre, al hombre de verdad, sin tapujos ni engaños, al que me mostró la peor cara del ser humano, aquella que una vez que la descubres, te impide estar de por vida al lado de uno de ellos sin miedo, sin que todo tu cuerpo como el cuero de un tambor golpeado, tiemble al notar que se acerca... 

Pues bien, como os decía, mi cuerpo, mi cuerpo está roto, sí, completamente roto. Cuatro patas deformadas, abiertas, desencajadas. Un morro alargado, sin apenas pelo, con heridas y eso sí, adornado con dos buenas orejas, también, muy grandes, enormes y hermosas, ya se sabe, seguramente, para aquello de oírlo todo mejor. 
Sin embargo, lo que más me gusta no es oír, no, lo que de verdad me gusta es mirar, sí, mirar, fijar mis ojos, mis negros y profundos ojos en la vida y mirar y mirar. ¡Cuántas cosas se pueden descubrir mirando...! 

Mirando descubrí el vacío, el vacío de las personas que no tienen nada, que por no tener, ni siquiera tienen algo en que creer... Gentes sin futuro, ni presente y con un pasado al que intentar olvidar... Pasé por muchos de ellos, me vendían, me compraban. Todos me pegaron alguna vez, sí creo que yo era como su terapia. Me golpeaban por la discusión con el vecino, con su mujer... 
Me pagaban por lo que no querían decir y dijeron y sobre todo por lo que les hubiera gustado decir y se callaron. ¡Pobres gentes! Maltratadores, maltratados...

Mirando conocí también el hambre, la vi venir una mañana de la mano de mi dueño y se ve que le gusté, porque se quedó a vivir conmigo. Cambiaba de propietario pero nunca me la quitaba de encima, siempre estaba ahí, a mi lado y yo... yo intentaba combatirla buscando la hierba más agazapada. En fin, durante aquellos años comí de todo, claro que tampoco había nada.
Mirando también descubrí un buen día, otro mundo, fue al llegar al albergue. Cuando lo daba todo por perdido, de pronto, descubrí cariño, buen trato, amor, cuidados... Aquí, conocí a otros animales que como yo, también tenían mucho que perdonar, que olvidar, e incluso, conseguí acercarme a algunos hombres sin miedo pero, sin fiarme demasiado, al fin y al cabo, también aquí veía, veo cada día a personas que abandonan a sus animales, que los maltratan, que los alejan de su lado sin importarles sus sentimientos, sin importarles su vida. 

Por eso, yo que todo lo miro desde mi silencio, que entiendo y comprendo los ladridos o maullidos de otros animales, a veces me gustaría poder hablar, sí, poder gritar, que mi rebuzno por unos instantes se convirtieran en palabras y que de una vez por todas todos entendieran que cuando me llaman "¡BURRO, BURRO!" siempre pienso: Sí, bueno... BURRO, sí, no me importa, mientras no me llamen HUMANO...


Raúl Mérida

12/6/13

Injusta justicia

Esta semana la comenzamos en la protectora recibiendo una notificación de un juzgado para acudir como testigos a un caso de maltrato hacia unos animales. La verdad es que, hasta ahí, todo normal. Todos los meses acudimos, unas veces como peritos, otras como testigos y muchísimas, como denunciantes.

Desgraciadamente, en un país donde se produce tamaño nivel de desprecio a los animales no se puede esperar otra cosa. 
Sin embargo, si de lo anterior estoy hasta orgulloso, sí he notado algo que últimamente me tiene muy desconcertado. Se trata de los plazos que transcurren desde que suceden los hechos hasta que se juzgan.
Puede que haya sido simplemente casualidad, pero es que, en las próximas semanas, iremos a declarar en varios casos que se denunciaron hace tres, cinco o incluso siete años en alguno de ellos. Y ahí viene mi absoluta preocupación porque, entre otras cosas, en la actualidad tenemos más de una decena de perros que, por cierto, además, llevan ya desde hace meses en el albergue y que están en espera de que la justicia decida si se ha producido maltrato o no hacia ellos. 
Hasta ese momento no podrán darse en adopción ni acogida.
No puedo dejar de pensar en todos esos animales que verán pasar los próximos años en una jaula. 
Imagínense, por ejemplo, que si cada uno de ellos vive una media de doce o trece años y se retira por maltrato o abandono siendo adulto con tres o cuatro, que es lo habitual, en la práctica se va a pasar el resto de su vida viviendo tras unos barrotes, una barbaridad. Por tanto, todos ellos habrán sido víctimas del maltrato y, como premio, condenados a vivir entre rejas por ello el resto de su vida. Lo más doloroso es que en este mismo instante tendríamos para todos ellos nuevos dueños, familias dispuestas a tenerlos en acogida, cuidarlos y quererlos, personas a las que no les importaría quedárselos hasta que se produjera el juicio, pero, desgraciadamente, la ley no nos permite hacerlo. Deberían articularse, desde ya, mecanismos que nos permitieran darles una esperanza a todos esos animales, perros y gatos que tuvieron como desgracia el entregarse en cuerpo y alma a un dueño equivocado.

Comprendo que la justicia es lenta y que ha de estar dotada de mil y un mecanismos que garanticen la seguridad jurídica y permitan una sentencia correctamente fundamentada y argumentada, pero entenderán ustedes que, en el caso de los animales y supongo que en muchos otros, una justicia lenta puede llegar a ser de todo menos justa.

11/6/13

Todos tienen pedigree

El otro día pasó en el albergue una de esas circunstancias que, si no hubiera oído directamente, nunca hubiera creído.

Se trataba de alguien que deseaba adoptar uno de los perros de la protectora. Hasta ahí todo normal. Lo curioso es que, al verlo y comprobar que parecía al menos de <<raza>>, preguntó acerca de si poseíamos el pedigree del mismo. 
Mi compañera, guiada por la sinceridad, le contestó que no, que no poseíamos dato alguno de su pasado, al fin y al cabo, era abandonado. Pero el hombre se molestó y, enfadado, siguió preguntando sobre dicho certificado. Después, finalmente se marchó.
Sin embargo, creo que mi compañera se equivocó. Por eso, me permito desde aquí escribir a aquel señor y mandarle a través de estas letras una carta, acompañando al deseado certificado oficial de los orígenes nobles del citado animal.

        Estimado desconocido,
Espero no molestarle pero, mientras limpio una de las jaulas, le escucho a través de las rejas de la misma, pidiendo a mi compañera el pedigree de un perro del albergue. 
Lo siento. Se equivocó al responderle. Por supuesto que lo tiene. Todos los animales del albergue lo poseen, cada uno de ellos lo lleva escrito sobre su piel. 
¿Se fijó en la cicatriz del de la jaula del fondo? Se lo hicieron al arrojarlo desde un coche en movimiento. 
¿Y en la tristeza de aquel que le miraba fijamente? Sus ojos, sin necesidad de papel alguno, certificaban que se está muriendo de pena.
¿Se dio cuenta del gato que se cruzó delante suyo? Llevaba sus siete vidas colgando de una pata que arrastra. 
Todos tienen su pedigree. Unos lo llevan en forma de cojera. Otros lo muestran en sus huesos marcados, con las costillas rotuladas por el hambre.
¿Y la perra en la que se fijó? Ella también. Se lo facilito: 
 Parentescos filiales: Hija, probablemente "ilegítima" pero tan legal como cualquier otra, de una yorkshire de raza acomodada y un perro callejero. 
 Por parte de madre: heredera de muy alta cuna, aristócrata canina con dueño y familia. 
 Por parte del padre: especialista callejero, campeón del mundo en pasar frío.
 Su línea genética es un clásico perfecto: Cuatro patas, dos orejas, tres ladridos y una sonrisa permanente en forma de rabo que agita en el aire.
 Circunstancias de su vida: Abandonada. Puede que maltratada. 
 Carácter: Juguetona y alegre. Se derrite cuando alguien se acerca a ella y le llama… y tan pura de corazón como todos los del albergue.

Ya lo ve. Por supuesto, el presente pedigree está garantizado. 
Y éste es auténtico, no como algunos de esos que circulan por ahí.
Sin embargo, para más señas, ¿sabe dónde de verdad se nota la alta alcurnia de todos los perros del albergue? No lo dude, en cada uno de sus lametazos. Se lo aseguro, son simplemente perfectos.


Raúl Mérida

5/6/13

Un delfín muy dominguero

Domingo pasado. 
Había jurado y perjurado que no me bañaría. La jornada soleada engañaba. Un airecito fresco alejaba de mí cualquier tentación de ir a la playa.
El día pasó y llegó la noche y, con ella, mi teléfono se llenó de llamadas. Un delfín varado se había instalado en la playa de Arenales.
La verdad es que, desde hace algunos años, existe un temor muy extendido entre los expertos de que, un verano de éstos, un número importante de delfines se acerquen a la costa. La altísima contaminación y el calentamiento global del planeta los está, literalmente, echando del agua. Llegan a la costa enfermos, derrotados, sin fuerzas para luchar contra la corriente. Son, en su mayoría, delfines listados, aquejados de virus, infecciones y altas fiebres.
He estado junto a muchos de ellos durante los minutos previos a poder ser rescatados. Son animales de piel suave, respiración agitada y cara simpática que, poco a poco, se tranquilizan según les ayudas, pero para los que la única esperanza es un rescate rápido que los traslade a un lugar seguro. Sin embargo, a menudo, hasta eso se les niega. 
El delfín del domingo llegó a la playa a eso de las ocho y media de la tarde. A esa hora se dio aviso a los servicios competentes en materia de cetáceos. Pasada la una de la mañana llegaban al lugar. Hasta entonces, cinco horas después, sólo acompañamos a aquel pobre delfín, al que, por cierto, alguien que estaba allí bautizó como "Arenales", unos socorristas de DYA, vecinos de la zona, Policía Local de Elche y la Protectora de Alicante. 
Supongo que a los organismos competentes en la materia les resultaba difícil acudir antes. Me imagino que el número de animales que aparecen varados no es suficiente como para tener un organigrama permanente mejor montado y, sobre todo, más rápido. Un servicio, por ejemplo, que no tenga que venir desde Valencia, sino que pueda tener sedes cercanas en cada provincia, tal y como, por cierto, existía antiguamente.

Está claro. Es sólo un delfín, y de vez en cuando. Sin embargo, qué quieren que les diga, no será fácil para ninguno de los que estuvimos allí olvidar la cara de aquel pobre animal pidiendo ayuda, el olor de su respiración, el tacto de su piel. Y sí, puede que sólo sea uno, pero les aseguro que es una cifra infinita para el mar y, también, para cada uno de nosotros.



Raúl Mérida

4/6/13

Los mejores amigos

En su casa: Llegaba tarde a la academia, como siempre. Le dio un beso a sus padres tan rápido que, en realidad, se lo dio al aire. Gritó: ¡Adiós!, mientras con su mano decía: ¡Hasta luego!. Se montó en la moto y se marchó a toda velocidad... 

En el Hospital: Tres día más tarde despertó del coma. En cuanto abrió los ojos, preguntó qué hacía allí. Su madre no le contestó, no pudo. Llorar y hablar al mismo tiempo a veces resulta imposible. 
Su hermana se acercó a él y mirándole a los ojos, le cogió la mano. Lo hizo tan fuerte que sintió que se la quemaba. 
Dos semanas más tarde aún luchaba simplemente por vivir. Ya sabía que no volvería jamás a andar. 

En el Centro de rehabilitación: Sus piernas estaban destrozadas, casi tanto como su ánimo. Se preguntaba cada día si no hubiera preferido morir. Se rebelaba contra el mundo y a solas, lloraba tanto como podía. Pero, en esta vida se acaba todo, hasta las lágrimas y un día se le secaron. No volvió a llorar, tampoco volvió a sonreír. 
A partir de ese momento, resignado, aceptó que, al menos, debía luchar por salvar sus brazos, le harían más falta que nunca... Moverse en una silla de ruedas no resulta nunca fácil.

En su casa: Le habían dado el alta hacía varias semanas. Resultaba curioso pero que diferente era ahora. Cada escalón parecía un obstáculo insalvable, cada puerta un estrecho corredizo por el que apenas cabía... Todo resultaba muy complicado, todo imposible. Se sentía atrapado, extraño...

En la calle: Si su casa era una batalla diaria, la calle era la guerra. Se pasaba el día intentando encontrar una rampa por la que bajar y cruzar la calle, un trozo de acera en el que, algún coche aparcado sobre ella, no le impidiera pasar. Al final dejó de salir y se encerró en sí mismo.

En su mente: Se olvidó de vivir, de sentir... Pensó que si deseaba con todas sus ganas morir, moriría pronto. Dejó de luchar y pasó varias semanas sin hablar, mirando solo al cielo: morir, morir, morir...
De nuevo se equivocó, la muerte llega sólo cuando no se espera, cuando más se desea vivir...

Su familia: Estaban desesperados. Se preguntaban cada día el porqué de todo aquello ¿Era posible que un accidente pudiera romper la vida a toda la familia? 
Hablaron con especialistas, con familiares, con asociaciones... Un experto les propuso acoger un perro –   ¿Un perro? - dijeron ellos.
–   Sí, un perro. Un perro de asistencia, de asistencia para todo. Un amigo que le ayude a vivir y a la vez le acompañe. Le recomiendo un perro. 
Pensando en todo ello, se marcharon para casa y cuando llegaron se lo dijeron a él. No contestó...

Su perro: Llegó a casa un mes más tarde. Entró oliendo cada rincón de su nuevo hogar. Enseguida lo vio a él al fondo. Estaba sobre su silla de ruedas. Corrió a saludarlo divertido y se sentó a su lado, pero él ni le miró. Entonces el perro extrañado le ladró y comenzó a lamerle la mano. Cinco lametazos fueron suficientes para que le mirara... Cinco más para que le acariciara... Cinco más para que sonriera por primera vez... Cinco más para que, por fin, decidiera de nuevo vivir.



Raúl Mérida