Historias increíbles

Tigres y leones en pisos, pumas en chalets, linces, monos, serpientes...

Historias que ellos no pueden contar

Debemos hacer eco de sus historias; rescates, maltratos...

Historias que podrían haber sido la última

Cachorros, ancianos, con pedigree, inválidos... Da igual su raza y "valor".

Historias de rechazo

Muchos son abandonados cuando dejan de ser "útiles".

Historias de supervivencia

Historias que narran la lucha por sobrevivir al abandono.

28/2/13

El lenguaje de las matemáticas





Cuenta la historia que el gran matemático alemán P.G. Lejeune-Dirichlet era algo más que parco en palabras. Sus frases se construían a base de monosílabos afirmativos o negativos con los que conseguía comunicarse con el mundo exterior.
El caso es que por esa manía suya de hablar cuanto menos mejor, debió ser por la que eligió una profesión que le llevó a expresarse en un lenguaje distinto, el de las matemáticas. Por otro lado, tampoco tenía el hombre una gran tendencia a eso de escribir. Y, así, protagonizó una de las anécdotas más conocidas cuando nació su primer hijo y se vio obligado a comunicárselo a sus suegros. Eligió entonces el método más escueto, enviarles un telegrama, cuyo texto fue única y exclusivamente el siguiente: 2 + 1 = 3.

De esa forma tan gráfica, consiguió explicar un momento tan mágico.


Sin embargo, la realidad es que, hoy en día, todo se puede explicar matemáticamente.


Se han hecho estudios en Estados Unidos que, por ejemplo, demuestran que todas las sociedades producen un abandono de animales exacto, en base al número de habitantes y a una serie de variantes en las que intervienen aspectos tales como el nivel cultural del lugar, el sistema educativo, la climatología, el concepto de familia, etc, etc.

La Sociedad Americana contra la Crueldad Animal, organización de máximo prestigio en el mundo, elaboró el año pasado una serie de encuestas y barómetros que aplicados a una población concreta, te indican cuantos animales serán abandonados al año siguiente en ese municipio.
Es más, diferencian entre el abandono inevitable, es decir, el de aquellos animales que se quedan sin dueño por muerte de éstos, enfermedades graves, situaciones límites, etc. Y aquel otro basado en el capricho de tantas personas de primero tener un animal y luego abandonarlo por cuestión de apetencia personal.
Algunas cosas de estos estudios, como esta última división, son aplicables también a nuestra sociedad, qué duda cabe… Pero, evidentemente, todo este sistema de estudio está pensado para una cultura completamente diferente a la nuestra. Allí tienen otras cosas, eso está claro, pero, al fin y al cabo, de momento, no hacen una tradición de maltratar a animales en fiestas populares.

En cualquier caso, lo que sí está claro es que, existen una serie de cuestiones comunes para todos y es que, sea cual sea el país, hay una ecuación que nunca falla: dueño irresponsable + perro o gato = abandono seguro.

27/2/13

Al toro o que es del toro


La reciente declaración de interés cultural para las corridas nunca debió llevarse a cabo. Desde el punto de vista formal, por informalidad. Desde el punto de vista ético, por humanidad.

No es que esté enfadado porque en España se haya aprobado el inicio de los trámites para declarar las corridas de toros como bien de interés cultural pese a que eso signifique en la práctica un respaldo institucional para el asesinato de miles de ellos.
Ni tampoco es que lo esté porque del dinero que todos pagamos con nuestros impuestos una parte importante del mismo pueda destinarse a subvencionar las diferentes putadas de todo tipo que les hacen a esos pobres animales. 
Ni siquiera porque en la práctica, ello podría suponer que los niños pudieran oler directamente la sangre de un animal que agoniza en la arena o ver cómo una persona humana expone o incluso pierde su vida ante los cuernos de un toro a cambio de dinero en un "todo vale".
Y eso porque algunos, en contra de muchos, afirman que es cultura basándose en que hay pinacoteca de sobra al respecto por parte de los principales pintores de nuestra historia, que hay joyas de la literatura dedicadas a los diferentes aspectos que rodean la misma y que, desgraciadamente, ha formado parte de la historia de nuestro país desde siempre. 
Vamos, que con ese argumento, si les dejamos y con un poquito de mala suerte, en breve veremos también cómo guerras, genocidios, fusilamientos, bombardeos y esclavitud, por ejemplo, también lo serán. 
Sin comentarios. 
Lo dicho, no es que esté enfadado, es que estoy muy, muy enfadado.
Primero, porque es una desvergüenza nacional que en un país como el nuestro, potencia europea en el abandono de los animales en general, se permita dar vía libre al maltrato legal de muchos de ellos. Segundo, porque, con medidas como ésta, se cargan de un plumazo todos los programas educativos y de concienciación puestos en marcha para lograr un trato más digno hacia los animales.
Y, tercero, porque la medida va a ser tumbada en los tribunales por caducidad de plazos, saltos de competencias y formalidades, en este caso informalidades, de todo tipo. 
Y, oigan, sinceramente, con la que está cayendo no está la cosa para perder el tiempo. 
Con miles de personas en la calle protestando, con desahucios diarios, con suicidios constantes, con escándalos permanentes. ¿Creen que es de recibo encender una hoguera como esa? 
Sinceramente, pienso que no. 
A no ser, claro está, que en ella quieran quemarse ustedes o, peor aún, pretendan quemarnos a todos nosotros.
En fin, si es que somos lo que somos. No hay más.



Raúl Mérida

26/2/13

¿Inocentes?



En los manuales de todos los ejércitos del mundo se explica, paso a paso, el protocolo a seguir para organizar militarmente un pelotón de fusilamiento. Consiste, el desagradable sistema, en elegir a siete soldados, cada uno provisto de su fusil reglamentario. Todas las armas son cargadas con balas auténticas. Todas menos una.

Existe un fusil que sólo lleva un cartucho carente de munición alguna. Así, seis son portadoras de una muerte segura y, sólo una, resulta inofensiva. 
Sin embargo, nadie sabe quien lleva el arma cargada y quien no.
Cuando se da la orden oportuna. Todos apuntan y disparan sobre la pobre víctima elegida. Segundos más tarde el cadáver de una persona yace sobre el suelo.
Lo curioso, lo verdaderamente extraño, es que todos los que participan en el crimen se sienten inocentes.
El que condena, porque aplica la ley imperante en ese momento.
El que da la orden porque sólo grita y no dispara.
Y, lo más sorprendente, todos los que disparan porque acaban pensando que ellos llevaban el arma sin munición, aquella cuyo único fin era sólo hacer ruido.

Supongo que así consiguen convivir con sus conciencias.
Al fin y al cabo, el ser humano es también un animal, un ser capaz de lo mejor y de lo peor.
Somos la única especie que adopta otras. 
El hombre acoge y cuida a animales como perros o gatos y les ofrece su casa y protección. Pero, también, es capaz de abandonarlos cuando se cansa de ellos. 
Lo curioso es que, cuando llegan al albergue a dejarlos, ves como a menudo se repiten las mismas razones o excusas que hacen que el animal se quede entre nosotros y el dueño se marche con los suyos.

Siempre la culpa es de los otros. 
Unas veces son los padres, los hijos o la pareja los que no quieren al animal, los que les obliga a separarse de ellos. Otras, es el trabajo, el tiempo, la responsabilidad o la vida la que les hace deshacerse de sus mejores amigos.
Y, algunas otras, en el colmo, es al propio animal al que culpan de tomar tan dura decisión. 
Es el perro que ladra mucho o destroza todo. Que ha crecido demasiado o, al contrario, que es excesivamente pequeño… 
O, cuando se trata de un gato, es que araña, maúlla, juega o, por el contrario, simplemente, está muy quieto.  
Siempre es culpa de otro, nunca nuestra.

Esta sociedad anclada en el yo, en la que mil veces cada día hablamos y pensamos de nosotros mismos y, cada vez menos de cómo se sienten los demás, está enferma.
Se encuentra en la UVI con pronóstico reservado. No asume culpa alguna y siempre son los demás los causantes de nuestras penas.
Sin embargo, lo peor, es que, sin saberlo, está llena de pelotones de fusilamiento capaces de disparar contra cualquiera, sintiéndose absolutamente inocentes… ¡Lástima!







 Raúl Mérida


La vida





Hace algunos años, un profesor, me preguntó sobre el significado de una leyenda que le sucedió al genial pintor, Leonardo Da Vinci. 

La historia dice que cuando se le encargó la realización de una de sus más conocidas obras, "La última cena", se dedicó a recorrer el mundo entero buscando a aquellas personas que pudieran servirle como  modelos de todos los que se estuvieron junto a Jesús aquella noche. Uno a uno, los fue hallando e inmortalizando en su obra pero, al final, le faltaban los dos principales, debía encontrar el rostro de Jesús y el de Judas.
Una noche, Leonardo acudió al teatro, a una representación musical. De pronto, descubrió que entre los cantantes había uno, cuya cara reflejaba toda la bondad. Sus ojos eran limpios y su mirada sincera. Habló con aquel chico y comprobó que su forma de ser era como su rostro, su carácter como sus ojos o su mirada. Nada le pidió por posar. 

Aquella misma noche,  en el estudio de Leonardo,  Jesucristo, adoptó su cara para la eternidad. Sin embargo, seguía necesitando el rostro de la traición, el de Judas. Pasaron varios años sin que lo encontrara, hasta que una noche, andando por la calle, se encontró de golpe metido en una terrible reyerta. El protagonista de la misma era un mendigo lleno de harapos y suciedad. Su cara estaba repleta de cicatrices y surcos y sus ojos, echaban fuego e ira. Leonardo lo miró entusiasmado, por fin había encontrado en él a Judas. Le propuso modelar para su cuadro y tras acordar el precio, marcharon hacia el estudio. Una vez lo había pintado, el hombre le exigió ver la obra y Leonardo se la enseñó. Entonces, con un gesto de desprecio, le dijo que ya la conocía. 
     – ¿Cómo? Si  nadie la ha visto - le preguntó extrañado Leonardo. 
     – Yo sí - le contestó el hombre -, yo la vi hace tres años, cuando todo me iban bien y cantaba en el teatro, entonces tú me pintaste también, yo soy la cara de Jesús.


Albergue de animales. 
Navidades de 1999. 

Era un chico alto y fuerte, tendría entonces unos veintitantos años. Se acercó a verme, a hablar conmigo. Tenía un perro que alguien le había regalado y estaba como loco con él. Me contó que no había tenido nunca animales pero que le encantaban y que quería ofrecerle al suyo lo mejor. Me habló de su vida, de su familia, de su trabajo. Yo le expliqué algunos cuidados que no debían nunca faltarle a su perro y le ofrecí nuestra ayuda. En los días posteriores lo vi varias veces junto  a su perro, al que cada día encontraba más sano, más alegre y  feliz.
No volví a saber de él hasta que hace poco me llamó. Cuando lo vi me costó trabajo reconocerlo. Desde luego, habían pasado varios años y todos cambiamos, pero, no sé, él no parecía el mismo, ahora estaba mucho más delgado, más estropeado... Su mirada, aquellos ojos llenos de brillo, estaban ahora vacíos, como muertos, sin luz. Traía al perro consigo, también lo encontré delgado y triste, con los ojos hundidos y apenados. Le pregunté qué le había pasado y él, al cabo de unos segundos en silencio, comenzó a hablar.
     – Te he pedido que vinieras para que te  lo lleves y le busques lo que yo ya no soy, un buen dueño. La vida, los amigos... He cambiado tanto que ya no sé ni quien soy. Me enganché al blanco de la nada, me hice adicto a la muerte. Perdí mi trabajo, mi familia y ahora... -  señaló al perro con la mano - temo matarlo a él, matarlo a golpes un día de esos en los que no conozco a nadie, en los que ando "enmonao", ya sabes... No quiero hacerle daño, él es tan inocente, tan bueno...- se echó a llorar y se marchó.

Recogí en brazos al perro y me fui hacia el albergue. Por el camino recordé la leyenda y la pregunta de aquel profesor a la que nunca contesté y entonces, entonces lo comprendí todo, pero ya daba igual, hubiera seguido sin poderle contestar, sin decirle nada, porque yo aquella tarde también, como aquel chico, sólo podía llorar.

22/2/13

¿De caza o de casa?




No es lo mismo perro de casa que de caza…
El de casa, cace o no cace, sea bretón, pointer, braco, podenco, galgo o mil cruces, es querido de la mañana a la noche.

Algunos de caza también son queridos cuando cazan pero, regalados o abandonados, cuando no cazan.
El de casa posee como cama un almohadón o camastro y, como comida, un cuenco de pienso, algún capricho que otro y por supuesto, agua limpia a disposición.
Algunos de caza poseen como cama un bidón vacío o una caseta maltrecha… Y, para comer, pan duro o sobras y algo de agua verde.
El de casa disfruta de salidas continuas si vive en jardín adosado, chalet, campo y disfrutará de los paseos aunque viva en un piso… O paseos de mañana, tarde y noche, si su vida transcurre en un piso.
Algunos de caza vive atados al deseo de su dueño. Entre semana, una cadena les mantiene pegado a una anilla de hierro oxidada. Disponen de un metro cuadrado como todo territorio… Y, sólo cuando el fin de semana abre la temporada, carreras tras la presa por el campo.

El de casa visita al veterinario regularmente, tanto para prevenir como para curar.
Algunos de caza, salvo vacunaciones legales, nunca pisan la consulta.

Si es hembra, la de casa pare una o ninguna vez en toda su vida.
Algunas de caza paren una y otra vez durante toda su vida.

El de casa, a base de lametazos y alegría, recibe siempre a sus dueños. Se derrite cuando les presiente. Lloriquea y ladra oyendo sus pasos que se acercan.
Los de caza también lo hacen pero, al final, algunos se asustan sin remedio pensando que puedan pegarles.



El de casa es una perro normal…Y el de caza también.


Raúl Mérida

Un mundo perfecto



Y por fin me dormí, y por fin soñé... Soñé con un mundo distinto, un mundo de amor, un mundo de saludos sinceros, de alegrías verdaderas, sin risas falsas, ni lágrimas de cocodrilo, un mundo de verdad, auténtico, sin mentiras ni engaños...
Y soñando, soñé que amanecía en el albergue, que el sol poco a poco calentaba cada rincón de las jaulas, que los perros, que los gatos, se estiraban saludando a la mañana.
Soñé que en la puerta del albergue, a las 8 de la mañana, cientos de personas esperaban para entrar. Que nos acercamos a ellos y a gritos les fuimos preguntando  qué querían: "¡Un perro!", gritaron unos, "¡Un gato!" dijeron los otros...
Pero ¿cómo? Les preguntábamos los motivos, el porqué  de su decisión... Uno nos dijo que siempre había tenido perro pero que el último con 17 años se le había muerto hacía un mes y entonces lloró. Otro nos dijo que ya tenía otros gatos pero que siempre había un hueco para un necesitado: "Quiero el que peor esté, el que jamás saldría adoptado.

Y así, uno a uno les fuimos preguntando a todos los futuros adoptantes y todos nos gustaron. Sí todos parecían buenos dueños, los mejores,  personas responsables que aún sabiendo de los sacrificios que conllevaba tener un animal de compañía, aún conociendo las necesidades de éstos y estando dispuestos a cubrir todas ellas, querían iniciar la maravillosa y mágica aventura de tener un animal de compañía. 
¿Era posible tanta suerte?

Y fueron saliendo adoptados todos, uno tras otro; Sol, Melenas, Óscar, Tristán... "¡La jaula 7 ya está vacía" gritó un voluntario "Ahora seguimos con la 8"- gritó otro. Azúcar, Tula, Tímido... otra vacía.
Y se fueron marchando uno tras otro, camino de un nuevo hogar. Aquella mañana cambiaron sus jaulas por el salón de una casa, los fríos barrotes, por una familia, el áspero roce  contra las paredes, por las más cálidas  caricias ...
Y el albergue se fue poco a poco quedando vacío. Ni un solo perro abandonado, ni un solo gato...

El teléfono también sonaba continuamente era gente que nos llamaba, como todos los días, pero las llamadas eran distintas, las consultas, completamente diferentes: una señora quería  que nos ocupáramos personalmente de felicitar a su vecino por lo bien que tenía a su perro: "Envíenle una carta por favor", nos dijo, "Se la merece, ustedes no se pueden imaginar cómo tiene a su perro, cómo le cuida, cómo le quiere". Otra persona nos pedía  consejo sobre si era mejor que su gato durmiera sobre una colcha de lana o mejor de algodón: "No quiero que pase frío, lo que mejor sea para él", otra me confesaba  que su perro era demasiado cariñoso, que si conocía algún adiestrador para corregir ese comportamiento, que si no, daba igual, pero hombre, si se podía corregir algo...

En la puerta de la entrada volvía a haber gente, de nuevo eran muchos pero ya no nos quedaban animales. Nos acercamos a ellos, llevaban en brazos a sus perros, a sus gatos... Les preguntamos qué querían y nos dijeron que nos los traían para que viéramos lo bien que los tenían, todos habían sido adoptados del albergue, del nuestro y de otros. Todos querían  contarnos cuanto querían a su perro.

Y me marché camino de casa y puse la radio y las noticias anunciaron que el abandono de animales había desaparecido, que el maltrato ya sólo sería un capítulo más de los libros de historia.
Y lloré, lloré de alegría y llorando desperté. 
Sí, todo había sido un sueño, el más bonito de los sueños. Y  me fui al albergue y en la puerta encontré como en el sueño, cola, pero esta vez como siempre, era para abandonar a su perros. 
Y entré y las jaulas estaban repletas... Y el teléfono de nuevo no paraba de sonar pero, también de nuevo, era para denunciar el estado en el que algunas personas mantienen a sus perros...

Y sí, maldije el mundo en el que vivimos, pero no quise volver a soñar, no porque  los sueños solo pueden lograrse trabajando pero no durmiendo. Tenemos un nuevo año por delante, intentemos aprovecharlo, ellos se lo merecen.

21/2/13

Animales y personas olvidadas




Alguien dijo alguna vez que nadie nace cinco minutos antes ni cinco minutos después de cuando debiera nacer...

Fue hace ya varios meses. Un perro abandonado había encontrado cobijo en los jardines de una enorme casona perdida en el campo. 
     - Por favor, vengan lo antes posible. Tenemos niños y nos da miedo que pueda pasar algo.
Hasta ahí todo más o menos normal pero...
Unos minutos más tarde, siguiendo las indicaciones que me habían dado, me encontraba ante la puerta de la misma. 
En cuanto llamé al timbre salieron a recibirme. Para entonces ya me había dado cuenta de que no se trataba de una familia normal...¿O quizás sí?.
Un hombre mayor me abrió dulcemente la puerta y me invitó a pasar. El jardín estaba precioso. Los niños, decenas de ellos, me miraban a través del cristal de una de las habitaciones, donde seis o siete se encontraban apoyados sobre el mismo.
Sus manos dibujaban en el aire formas distintas, sus ojos se agitaban nerviosos.
Pregunté por ellos. 
     - Son como los tuyos... Son niños abandonados. Sus padres nos los envían y nosotros los cuidamos. Ellos pagan cada mes todo... Ves aquel, se llama Pablo. Nació demasiado tarde, le diagnosticaron un sufrimiento fetal-.
No dije nada. Debí recordar aquello de que el silencio sólo debe ser interrumpido para mejorarlo. Los miré y como pude, con las lágrimas contenidas, les sonreí.
Por fin, llegamos hasta el perro que se encontraba bajo unos árboles. Lo cogí en brazos y lo llevé hasta el coche mientras pensaba en todo lo que me había contado. Bajé una jaula especial para él y muy tranquilo, solo se metió dentro.
Entonces, el señor que me había ayudado, me preguntó si podía hacer algo más por mí.
     - No, muchas gracias... Bueno sí - le dije mientras miraba a los niños que, a su vez, no dejaban de mirarme a mí. - ¿Me deja compartir un ratito con ellos...?
Me guiñó un ojo. Me sonrió y me dijo: -Sabía que me ibas a pedir eso. Ven te los presentaré...
Aquella tarde conocí a David, a Marta, a Luis... A tantos niños especiales llenos de amor. Aprendí de sus sentimientos, de su ingenio, de su lenguaje.
El hombre que me había acompañado, me contó la historia de cada uno de ellos sin muchos detalles. Supongo que no podía dármelos y yo prefería no saberlos. 
     - Éste es hijo de un importante.... Y éste otro su padre tiene... Todos ellos pagan por olvidar.
       - ¡Malnacid...!- murmuré en voz baja, pero él me oyó.
      - No - me dijo -. No digas eso. Sus padres son solo personas. Pobres personas ricas que nunca aprendieron a querer. Están más solos que ellos. Te lo aseguro.
No quise hablar más del tema. Para entonces, Luis me había cogido de la mano y eso era lo más importante. Junto a él y a los demás niños recorrí el jardín. Saludamos a aquel perro abandonado que nos acompañó en nuestro paseo y entre palabras, signos y gestos, pasamos una tarde de risas y lloros que nunca olvidaré.
En verdad, no sé si como dijo aquel, todos nacemos y morimos a la hora exacta en la que debemos hacerlo. No sé. 
Sólo sé que yo me marché de allí y me llevé a aquel pobre perro y ellos, una auténtica familia, se quedaron con mi corazón.

20/2/13

España no es país para pobres


Escapar no acaba con el sufrimiento, sólo lo prolonga...

Resulta que todos los días me encuentro, igual que ustedes, con alguna noticia que aborda la problemática de que una familia ha sido desahuciada por no poder hacer frente a la hipoteca.
No hay peor espectáculo que ver esos bancos de colorines y puro diseño metidos a usureros. Comisionistas de todo. Especialistas antaño en repartir dividendos entre sus socios, hoy piden sin pudor rescates millonarios a todos, incluidos a aquellos que echan de sus casas.
Pero no pasa nada, nunca pasa nada. Volvamos, pues, a esas personas que, de la noche a la mañana, se ven sin remedio en la calle junto a sus familiares, pertenencias y, por supuesto, animales de compañía.
Llegado a este punto y, dado que de estos son de los que me ocupo, intentaré centrarme en los mismos.
En los últimos meses se ha multiplicado el número de perros, gatos, canarios, periquitos y todo tipo de animales que entran en el albergue bajo la llamada desesperada de sus dueños desahuciados que no quieren desprenderse de ellos o las prisas del juzgado para que acudamos cuanto antes. Vaya por delante que, desde luego, a ninguno de esos animales, con independencia de su raza o pedigree, le importaría, a partir de ese momento, seguir compartiendo con sus dueños la vida, aunque fuera sólo en un trocito de acera, haciendo del asfalto la alfombra de su nueva casa. Pero ni a eso tienen derecho. No se puede ocupar la vía pública. Así que sus propietarios marchan en muchos casos a un albergue de transeúntes y ellos son llevados a albergues de animales abandonados. Y es cierto que, en ocasiones, pasados unos días, vuelven a reencontrarse cuando sus dueños acuden a por ellos tras haberse instalado en una vivienda prestada, alquilada o en casa de algún familiar... Pero, es cierto también que, en otros casos, nunca vuelven.
Supongo que no podrán o, simplemente, decidirán marcharse a vivir lejos, a probar fortuna a algún nuevo lugar donde empezar de nuevo y olvidarlo todo. Pero, se equivocan. Nadie puede huir del dolor por muy lejos que se marche.

En el Albergue de Animales de Alicante viven perros y gatos como Tobías, Luna, Perla, Samuel, Clara... Y muchos otros. Todos ellos fueron también desahuciados por el banco de sus casas y por la vida de sus dueños. Son las otras víctimas silenciosas de la crisis. Protagonistas de historias de infinito dolor que ahora buscan un nuevo hogar.


Raúl Mérida


19/2/13

Los gatos también lloran





Estábamos todos muy impacientes. Buscábamos cualquier excusa para acercarnos a su jaula y ver cómo se encontraba. Sabíamos que estaba apunto, que el parto no podría tardar mucho en llegar.

De nuevo me acerqué al pequeño dormitorio que le habíamos preparado, allí estaba ella recostada sobre una colchoneta repleta de mantas. Entre ellas se había construido un pequeño nido, sobre el que ahora reposaba.
Me miró y yo le pregunté qué tal iba todo, qué tal estaba, mientras le saludaba acariciándole su cabeza. Resignada, estiró su cuerpo ofreciéndome su barriga para que sobre ella, deslizara mi mano y cerró los ojos.

Mientras la acariciaba, recordé cómo había llegado al albergue, cómo la encontraron en un garaje del centro donde se había refugiado después de ser abandonada. Seguramente sus dueños no querían ayudarla ante el parto que se avecinaba y decidieron que fuera la calle quien hiciera las veces de partera.


Ahora estaba más relajada, parecía haber dejado atrás el nerviosismo del principio, el desasosiego de sentirse abandonada y sola. Así que decidí dejarla tranquila y después de arroparla, me marché de nuevo. Había que esperar. Pasaron varias horas y nada, parecía que nunca iba a llegar el momento.


Al final decidimos acercarnos a ver qué ocurría, quizás necesitara nuestra ayuda. Entonces cuando entramos en su jaula, en el dormitorio que le habíamos preparado, no la encontramos. Buscamos tras las mantas, por todas las esquinas y nada, no estaba. Había desaparecido. 
De pronto, comenzamos a sentir la humedad de unas gotas de agua que caían del cielo, podía haber sido la lluvia, pero claro, allí había un techo. Miramos todos a la vez hacia arriba y allí estaba ella, sobre una viga recostada, llorando. Sí, llorando, las lágrimas corrían sobre sus ojos y se deslizaban cayendo al vacío. 
He visto llorar a muchos animales, pero nunca había visto hacerlo un gato. Los perros lloran como es su carácter, en compañía, gritando su dolor abierto al aire..., pero aquella gata lloraba en silencio. Era como una de esas tristezas que se te instalan en el corazón y se convierten en lágrimas sin poder evitarlo. No, no quieres llorar, pero no puedes hacer nada para controlarlo. Así lloraba ella. 
Sí, había parido, pero sus cachorros habían nacido todos muertos. La ansiedad, el estrés y todo lo vivido en los últimos días, había traspasado las fronteras de su corazón y como un veneno mortal, se había instalado en el de sus pequeños. ¡Qué verdad es eso de que, a veces, la pena mata!

Como pudimos, bajamos a aquella preciosa gata del techo, que se instaló enseguida en nuestros brazos y nos la llevamos con nosotros a la recepción. 
Allí, envuelta en una manta, siguió llorando y llorando y por eso, por eso la llamamos Lágrimas.


Raúl Mérida

18/2/13

Sentir no da derecho a nada





Fue en la tele, en algún programa, no sé en cual. Alguien dijo en medio de una conversación, mejor dicho, de una discusión... "Lo siento, se me olvidaba que ya nadie conversa y menos en televisión".

Pues bien, repitió varias veces, algo así como que: "Sentir no da derecho a nada, sólo a sentir".

Como tantas otras veces, mi especialidad es el zapping, ni escuché más, ni vi más. Mi dedo índice, apoyado sobre el mando a distancia, se encargó de alejarme de allí a toda velocidad mientras las imágenes de una y otra cadena se amontonaban en mi retina. 
Sin embargo, ya era demasiado tarde, la frase se había quedado conmigo. No sé, debió gustarle a mis oídos. El caso es que no conseguí dejar de pensar en ella: Sentir no da derecho a nada
Por supuesto, ni que decir tiene que quien la mencionó se refería sólo y exclusivamente al sentimiento entre personas, a eso que cada vez, tampoco entiendo muy bien por qué, nos da más y más vergüenza nombrar: al amor. 

Yo como siempre, ¡no tengo remedio!, hice mi traslado oportuno y la traduje al mundo de los animales, al fin y al cabo, a mi mundo... 
Sí señor, qué verdad más grande: Sentir no da derecho a nada, absolutamente a nada, sólo a sentir... Bueno claro, a sentir, a sufrir, a llorar... en este caso a aullar. 

Inmediatamente, sin moverme de allí pero marchándome, no sé muy bien por qué, pensé en cómo había ido aquella mañana en el albergue y me acordé de ti. Podía haber sido, quizás, de cualquiera de los perros que habíais entrado nuevos en el albergue pero, yo me acordé de ti... 
De nuevo vi tu mirada, sentí tu tristeza cuando tu dueño se marchó de tu lado y se despidió con un simple adiós

En realidad, yo estaba en el salón y miraba la tele pero sólo veía tus ojos... ¡Que ojos! 

Luego, silenciosamente y sin moverme, de nuevo caminé junto a ti cuando te llevaba a una de las jaulas. La verdad es que, entonces sonó mi móvil desde la cocina pero yo sólo oí el ruido de mis pasos, de mis pies hundiéndose sobre la grava del albergue y el de los tuyos a mi lado. Y me paré a acariciarte y sentí sobre mi dedos el roce de tu piel, mientras mi mano en realidad, se deslizaba sobre el viejo cojín del sofá. Entonces, con los pelos de punta y mis ojos llenos de lágrimas, de nuevo escuché el sonido de tu pena convertida en lamentos... ¡Qué gritos! ¡Qué dolor!

Me interrumpió el ring, ring del timbre de la entrada.<<¿Quién será?>> pensé. Aunque yo casi ni lo escuché, en realidad sólo conseguí oír el sonido de la puerta de una de las jaulas cerrándose al meterte dentro, el chasquido de tu correa al quitártela... Y de nuevo me agaché junto a ti y te susurré al oído, muy bajito, las palabras más cariñosas que en ese momento imaginé y tú, agradecido, me miraste sin mirarme y lamiste mi mano.
Lo siento, de veras que lo siento... Pero me levanté y te dejé allí, en una triste jaula, mientras la noche y el frío caían y a mí se me helaba el alma. 
Luego ya sabes, cogí el coche, llegué a casa y sin pensarlo, sin querer pensarlo, encendí la tele y entonces oí esa frase que me devolvió a ti... Sentir no da derecho a nada. ¡Qué gran verdad!
Tú y tus compañeros del albergue sentisteis el más profundo, el más sincero amor por vuestros dueños pero... ¡vaya, mala suerte! Sentir no da derecho a nada, solo a sentir... Sólo a morir de amor.

La vida de las mariposas





Existe un tipo de mariposa cuya vida entera dura sólo un día.

Al amanecer sería como una niña recién llegado al mundo. Exploraría los rincones que esconden los pétalos de las flores. Se ducharía con el rocío de la madrugada y bailaría para el nuevo sol.
Más tarde, a media mañana, ya tendría como siete años humanos y empezaría a abrir sus alas al mundo para intentar comprenderlo a su manera. Y el medio día la convertiría en una joven enamoradiza que revolotearía alrededor de las rosas y los claveles y las amapolas… Y soñaría con amores imposibles 
Al atardecer, por el contrario, su cuerpo sería como el de una persona madura, seducida por el suave olor de las flores y la primavera.
Sin embargo, al anochecer, envejecida por el paso del tiempo, se recogería en una esquina, recordando todo lo vivido en un solo día. 
En 24 horas concentraría todas sus pasiones, su amor, sus juegos, sus decepciones, sus esperanzas… Y al final la muerte.

Y muchos pensarán que es una vida muy corta pero lo que es seguro es que cada minuto que la formó, mereció ser vivido.
Supongo que muchas personas en toda su vida de muchos años viven menos que una de esas mariposas en un solo día, porque vivir no es sólo respirar, vivir es sentir, es ayudar y aceptar ayuda, es saber querer y dejarse querer, es sentir y ser sentido.

A lo largo de mi vida he conocido muchas personas sin vida… Todas ellas caminaban, se sentaban, te decían… Parecían estar vivas pero no lo estaban. En cuanto hablabas con ellas, sus propias palabras las descubrían.
Es fácil localizarlas, todas utilizan mucho el "yo" y poco el "tú" al hablar con alguien.
En el albergue las he visto a pares diciendo adiós a sus animales. No les miran a los ojos, no les hablan… Miran a los tuyos buscando tu perdón en vez del suyo y te cuentan de ellos, de cómo se sienten, de qué pena les da dejarlo, de que por ellos no lo harían pero son los demás los que le obligan, de… Y así mil excusas más que no excusan a nadie.
Pero nunca te hablan de ellos, de sus animales. Nunca te preguntan cómo se sentirán, qué pensaran, cómo vivirán la separación de aquellas personas por las que darían su vida, cómo será su existencia en una jaula…
Y así los ves marcharse sin sus perros o sus gatos, libres de remordimientos. Creen que fuera les espera el resto de su vida pero, se equivocan, porque en realidad todos ellos a lo largo de los años que les quedan por cumplir, no viven ni un solo día.


Raúl Mérida

14/2/13

Tú salvaste a cada uno de aquellos cachorros



Alicante. Albergue de animales abandonados. Recepción.
En la puerta de la oficina, apoyada sobre la reja, hay una chica llorando. Sobre sus brazos, apoyada entre sus manos lleva una caja mojada y rota de cartón y sobre ella, una bolsa negra de plástico, una bolsa de basura rota.
Le pregunté qué le pasa y ella sin hablar, intentando coger un poco de aire y de paso tragarse algunas lágrimas, me señala dentro de la caja. Miré y allí, allí los vi. 

Eran cinco, cinco gatitos muertos, cinco pequeños gatos recién nacidos, todos muertos. Sus cuerpos sin vida se entrelazan, envueltos, enredados, asfixiados entre ropas viejas y usadas. Cinco animales más que de nuevo, sin saber siquiera lo que era vivir, tuvieron que aprender a morir.
-  ¿Dónde los encontraste? - le dije. 
-  Estaban dentro de un contenedor de basura. Yo iba paseando, como cada tarde a mi perra cuando de pronto oí gritar, eran mitad gritos, mitad lloros, mitad suspiros... una especie de respiración profunda y quejosa que estallaba y se apagaba, que se apagaba y estallaba... Enseguida me puse a buscar, los oía muy cerca pero no los encontraba, miré por todos los lados, hasta que al final descubrí que los chillidos venían de donde estaba el contenedor de la basura. Me acerqué corriendo y sí, sí,  pude comprobar que aquellos lamentos salían de lo más profundo de los desechos, de lo más profundo de la basura. Comencé a sacar bolsas y bolsas como una loca,  hasta que por fin llegué al fondo del contenedor y allí, allí encontré una bolsa que parecía tener vida, una bolsa que gimoteaba y respiraba sola. Me asusté mucho,  los gritos que seguía oyendo,  se mezclaban con el sonido de mi corazón, que latía a toda velocidad... Entonces, pensé que sería un niño. 
-   ¡Claro!- dije en voz alta, - Un niño recién nacido o quizás...
-   Cuando los vi, no me lo podía creer. Eran cinco, los cinco que te traigo. Los cogí y los arropé rápidamente sobre mi pecho, pero ya ves, todo ha sido inútil... Cuando los saqué, algunos  todavía respiraban, pero se han ido muriendo entre mis manos, ni el aliento de mis palabras ni el calor de mis dedos ha sido bastante. No, ahora no puedo dejar de pensar en ellos, creo que ya nunca podré. Los tiraron vivos, vivos para morir aplastados, vivos para morir sufriendo. ¿Sabes? Hubiera dado cualquier cosa por salvarlos, lo que fuera por salvar a alguno de ellos...

Ella volvió a llorar y yo pensé que lo mejor era llevarme a los cachorros cuanto antes de allí y cuando volviera, intentar consolarla aunque hace tiempo aprendí que, a veces, el mejor consuelo para el que llora es simplemente seguir llorando.
Tardé dos o tres minutos en volver pero, cuando lo hice, ya no estaba. Se había marchado, supongo que debió pensar que lo mejor era irse cuanto antes y comenzar a olvidar, pero me dio mucha pena. Sí, porque  apenas había podido hablar con ella y hay algo que me gustaría que esté donde esté supiera, que me gustaría decirle, decirle que esté tranquila, que  ella los salvó, los salvó a todos aunque crea que nada hizo por ellos.  Aquella tarde cuando los sacó de aquel maldito contenedor,  ella  salvó a cada uno de aquellos cinco gatos, les salvó de morir gritando, chillando, les salvó de morir sufriendo. Les ofreció todo lo que pudo y tenía y aquellos cachorros que, iban a morir, pudieron al fin hacerlo entre la suavidad de sus dedos, el calor de su cuerpo y el amor de sus lloros.  Sí, ella los salvó, aquella tarde salvó a cada uno de aquellos cachorros. 



Raúl Mérida

13/2/13

Los mapaches que cruzaron el charco


Roco el mapache

Todos los años miles de personas en España siguen eligiendo como compañía animales exóticos. La mayoría de ellos acabarán abandonados posteriormente.
Roco es un mapache, comprado hace años, en una pequeña tienda de animales. Más que un animal, parecía entonces un peluche que venía, eso sí, sin libro de instrucciones. Pero los meses pasaron y aquel pequeño se hizo adulto.
Y un día, quién sabe si jugando o, simplemente, como forma de defensa, mordió a un vecino cuando éste se acercó a él. Días más tarde desapareció. 
Los hijos de la casa lloraron su pérdida. Había sido como un juguete para ellos.
Nadie supo que le había ocurrido. Nadie salvo su dueño, claro está, que lo había llevado al campo y allí lo había abandonado.

Roco, al verse solo e indefenso, echó a andar como pudo entre árboles y rocas. No estaba preparado para su nueva vida. Hambre. Ruidos desconocidos. Frío. Conocía el eco de la ciudad pero no el de la naturaleza. Tenía miedo.
Caminó incansable huyendo de la noche hasta que quiso la suerte llevarle a una urbanización. Tuvo suerte. Ningún coche le atropelló. Ningún otro animal le atacó. Nadie le hizo daño. Había salvado su vida.
Finalmente alguien lo encontró y nos llamaron. Recogimos al animal. El lector de microchips delató a su dueño que, una vez localizado, acabó confesando todo. Las autoridades se ocuparon de él: Abandono. Puesta en peligro de la vida del animal. Posibilidad de haber producido un accidente de tráfico al andar suelto. Delito contra el Medio Ambiente -si el animal hubiera permanecido viviendo en libertad habría hecho desaparecer otras especies- etc, etc. 
Y el pobre Roco, ignorante de todo, pasó a vivir en una jaula.
Ahora comparte recinto con otros muchos como él. Todos comprados un día y abandonados otro.
Imposibilitados ya para vivir sueltos, se morirían si lo intentáramos. 
Así, olisquean el cielo desde su jaula, escarban el suelo y limpian con sus manos la comida diaria mientras supongo que su corazón anda dividido entre aquellos de su misma especie con los que viven y aquellos otros, humanos inhumanos, entre los que crecieron.
Y es lo que tiene nacer perro, gato o mapache en este caso. Que nunca llegan a darse cuenta que, en realidad, ellos son las víctimas del abandono y no los culpables

Un metro cuadrado, mi hogar


Un metro cuadrado, ese es todo mi refugio, ese es mi hogar. Cuando me separaron de mi madre y mis hermanos, me trajeron aquí y desde entonces esta es mi casa. Siempre, desde que recuerdo, he vivido en un balcón. 

A un lado y al otro tengo la pared, enfrente un edificio y detrás, una puerta cerrada que cada día se abre y alguien me pone un poco de agua o algo que comer.
Antes intentaba una y otra vez empujarla desesperado, quería entrar dentro, poder compartir mi frío, mi soledad. Pero, mis dueños, a fuerza de golpes y patadas, me enseñaron a no hacerlo y ahora, solo de pensarlo, me pongo a temblar.

Algunos días, muy pocos, aparece una mujer mayor, lo hace en silencio, casi como si se ocultara. Yo la recibo con alegría, la huelo intensamente y ella se agacha y desliza su mano temblorosa sobre mi cara. La huelo cuanto puedo y dejo caer sobre ella, uno o dos lametazos. Luego se marcha... 

Mis días comienzan al amanecer cuando el sol despunta sobre la casa de enfrente y yo me levanto de la esquina donde cada noche duermo. Entonces me estiro y comienzo a moverle el rabo a los rayos que calientan el suelo y recibo con alegría el olor de las macetas al amanecer. Me enseñaron que sólo podía olerlas y eso hago, sólo aspirar su olor. 
Luego espero, espero a que las calles se abran y se llenen de gente que va y que viene. Los conozco a todos, al tendero de enfrente que cada mañana me chista mientras con la cabeza se lamenta, al cartero, a los niños que acuden temprano al colegio... Y espero y espero...

A eso del medio día comienzo a ver pasar en la distancia a otros perros. Todos ellos pasean al lado de personas que les acompañan a su lado... ¡me encanta! Yo les veo oler y jugar con otros animales que se encuentran, pero, lo que más me gusta es cuando los veo correr, corren sin rumbo por el placer de correr, empujan el aire con su cuerpo y se persiguen y tropiezan y voltean. Yo les ladro, les llamo: <<¡Hola estoy aquí, quiero ser vuestro amigo!>> y ellos siempre me contestan: <<¡Baja, baja a jugar con nosotros!>> Por unos instantes pienso en perderlo todo, en saltar, en tener una oportunidad o en acabar de una vez por todas, pero, pero el miedo no me deja hacerlo y de nuevo les grito, ladrándoles nervioso y triste: <<No puedo, no...>>
Siempre hay algún vecino que entonces se queja y a gritos desde la calle, dice que es una vergüenza, que va a llamar a la Policía, que esto no puede continuar... Yo le miro y de veras, deseo que lo haga, que me saquen de aquí, quiero por fin terminar con ésto, acabar con todo, pero, pero nunca llaman y yo sigo, como siempre, esperando.

Después comienza a atardecer. El sol de puesta, achicharra mi piel e intento buscar refugio tras unos cartones desordenados. El agua del cuenco, yace sobre el suelo derramada por mis torpes patas. Y sólo aguanto, espero a que llegue la noche.

La ciudad se ha oscurecido, el cielo se ha cubierto de estrellas. Hace mucho frío. Tumbado, acurrucado sobre una esquina de mi balcón, sueño con como será mañana, quizás sea un día distinto, distinto a hoy y a ayer, quizás mañana salga de aquí, quizás llegue a pisar la calle y hasta llegue a olvidar que durante muchos, muchos años, un metro cuadrado fue mi hogar, todo mi hogar, mi dulce hogar... 

NOTA: En la calle de delante, en la de detrás o al lado... Si miran hacia arriba cuando pasean, verán que son muchos los animales que viven permanentemente en balcones. La ley lo prohíbe y contempla sanciones para estos casos, pero sin embargo la mayoría jamás llegan a denunciarse.

Raúl Mérida