Historias increíbles

Tigres y leones en pisos, pumas en chalets, linces, monos, serpientes...

Historias que ellos no pueden contar

Debemos hacer eco de sus historias; rescates, maltratos...

Historias que podrían haber sido la última

Cachorros, ancianos, con pedigree, inválidos... Da igual su raza y "valor".

Historias de rechazo

Muchos son abandonados cuando dejan de ser "útiles".

Historias de supervivencia

Historias que narran la lucha por sobrevivir al abandono.

24/4/13

La mayor jaula del mundo

En esta vida todo es relativo. Lo que parece verdad suele ser mentira, aunque, eso sí, la mentira siempre es falsedad. Lo que parece ser grande puede ser pequeño, aunque, eso sí, lo pequeño siempre es diminuto.

Acudo a ver unos animales. Me han avisado unos vecinos. Están preocupados por las pésimas condiciones en las que mantienen a los mismos. Los propietarios, sin embargo, me reciben orgullosos de poder mostrar lo "bien" que los tienen a todos.
Nada más entrar veo un montón de jaulas pequeñas. Cada una de ellas apenas mide veinte centímetros por veinte. En el interior contienen un yogurt vacío como cuenco de agua y otro con pienso. Decenas de pajarillos de canto viven encerrados en su interior.
Más allá veo otra jaula con una perdiz dentro. Los barrotes envuelven el cuerpo del animal. Apenas tiene espacio para respirar. Sólo consigue sobrevivir dentro. Al fin y al cabo, supongo que nadie muere cuando quiere.
Otra jaula contiene tres gatos. Ésta, siendo también muy pequeña, es más grande que la anterior. Medio metro cuadrado, mal contado, para cada uno de ellos. Un cuenco con pienso. Otro con agua. Y un cajón de arena.
En una esquina veo dos perras cruce de hambre y mala vida. Estas no están encerradas... ¿o sí? Viven atadas. Una argolla anclada en la pared las sujeta firmemente. Barrotes invisibles que sin ser de hierro las encierran de por vida. 
Salgo de allí. Necesito respirar y llamar cuanto antes a la policía para intentar rescatarlos.
Mientras espero su llegada me acuerdo inevitablemente de otros animales que, como aquellas perras, viven encerrados sin necesidad de que haya jaulas que los aíslen. Animales de feria, de atracciones, de espectáculos. Seres permanentemente atados a la voluntad de sus dueños. En fin, son tantos...
Lo que no saben aquellos que los mantienen en ese estado es que cuando alguien trata o maltrata así a un animal o a cualquier otro ser, en realidad, nos golpea y encierra a todos para siempre.
Nos hace prisioneros de un mundo que no nos gusta y que, cuando vemos sufrir a otros de esa forma,  sólo nos permite cerrar la puerta de nuestro corazón y no estar para nada, ni nadie.

Al fin y al cabo, no lo olviden, no hay peor jaula que aquella que nos encierra en nosotros mismos, nos encoge el corazón y, por no dejarnos, no nos deja ni aire para respirar.

21/4/13

Sirenas


Cuenta Mario Benedetti el relato de un hombre procedente de un pueblo del interior, donde ninguno de sus habitantes habían conseguido ver jamás el mar. Sin embargo, él lo logró, marchó camino de la costa hasta llegar al mismo océano y, allí embarcó, surcando las olas de orilla a orilla. Pero el tiempo pasó y sintió la llamada de sus raíces.
Regresó. Volvió a su antigua casa donde cada día se acercaba alguno de sus vecinos, para que les contara historias del mar. Él les hablaba de sus viajes, del olor a brea, de los distintos azules del mar… Hasta que, un día al despertar, se dio cuenta de que ya lo había contado todo. Entonces, cuando aquella mañana, como todas, alguien se le acercó y le preguntó: 
     -   ¿Y qué más...?
Él, en ese mismo instante, comenzó a hablar de Sirenas.

Me la presentó un ángel y desde entonces, cada día acudo a verla.
Es una de esas perras que viven solas, sin más compañía que el aire que la envuelve.  Pese a que me dijo su verdadero nombre, yo no lo recuerdo… Siempre la he llamado "Olvidada".
Posee por único hogar, un terreno de escasos metros, maltrecho y frío y por compañía, el eco y la soledad. Sin casa ni caseta, sin resguardo ni techo, hace frente con su cuerpo erguido a las temperaturas heladas y el viento bajo cero, que a veces la visita. Y así, con el alambrado que cerca su espacio como único abrigo, recibe el invierno más frío y la noche más oscura. También tiene a alguien que se autollama “su dueño”, pero sus días no recuerdan mano alguna que oler ni lamer. Nunca palabras cariñosas, tampoco miradas dulces… Jamás escuchó un "te quiero", no sabe lo que es una caricia. Por increíble que parezca, "Olvidada" fue olvidada hace mucho tiempo.
Quizás por eso, cuando puedo, me gusta acercarme hasta ella. Desde la valla la llamo y ella levanta su cara, entre sorprendida y extrañada. Luego salta y, alegre, me agita su cola de lado a lado. No hace falta haber sido querido para saber querer. Yo le cuento cosas que suceden más allá del encierro de donde nunca salió, le hablo de otros perros que tienen amigos que les cuidan y quieren, de paseos al atardecer, de hogar…  Ella agradece con lametazos que se quedan en el aire por la distancia, mi compañía.
Pero luego me marcho y, de nuevo, queda olvidada.
Por eso, cuando el otro día me dijeron que podría llevármela de allí, siempre que, eso sí, encontrara una nueva familia para ella pensé que quizás por fin podría enseñar a “Olvidada” lo que significa la palabra familia… Y que jamás pudiera llegar a pensar que todo lo que le conté, no eran sino historias de sirenas.

15/4/13

¿Hitler estaba loco?

F
Una vez, en medio de una mesa coloquio, comencé a hablar de un tema que, he de confesar, me apasiona; se trata de los sentimientos de los animales. Controvertido donde los haya, nadie se pone de acuerdo al respecto.
Sin embargo, en medio de la animada discusión, alguien preguntó: 
     -  ¿Pueden los animales suicidarse?
Todo el mundo se quedó callado.

Entonces recordé una historia que sucedió poco antes de estallar la Segunda Guerra Mundial.
El Reino Unido quería evitar diplomáticamente lo inevitable. Para ello, un alto representante del gobierno se había desplazado hasta Alemania. Su objetivo era mantener un encuentro con el mismísimo Hitler, con la intención de llegar a algún acuerdo.
Una mañana fue citado en el piso trece, del único rascacielos existente en aquella época en Berlín. Allí fue recibido por Hitler. Éste último, tras saludarle y antes de entablar conversación alguna, mandó llamar a uno de los soldados que custodiaba la sala. Mirándole a los ojos y con la intención de impresionar a su interlocutor, le dijo directamente: 
     -  ¡Tírate por la ventana!
El soldado sin dudarlo y, ante el asombro del diplomático, se cuadró y se arrojó al vacío. El Canciller llamó a otro soldado y le dio idéntica orden. Él comportamiento de éste fue exacto al del primero. También se tiró. El diplomático no daba crédito. Hitler, sin inmutarse, hizo llamar a un tercer soldado y repitió la orden.
Sin embargo, esta vez el británico fue capaz de reaccionar y, antes de que el soldado cumpliera tan macabra orden, le sujetó del brazo y, angustiado, le dijo: 
     -  Pero ¿Qué vas a hacer? No puedes obedecerle, vas a morir. 
El soldado, serenamente, le contestó: 
    -  ¿Y quién quiere vivir en un mundo guiado, dirigido y organizado por una persona capaz de dar una orden como esta? Es simplemente un loco en un mundo de locura.
Después se arrojó también a la calle.
Para todos ellos, probablemente, más que un mandato jerárquico de obligado cumplimiento, aquello no era sino un suicidio.

Muchas veces recuerdo esta historia cuando pienso en todos esos animales, que se dejan morir cuando la tristeza invade su corazón… En los elefantes indios que fallecen cuando muere su cuidador. En los orangutanes, chimpancés u otros simios, que dejan que la muerte visite su corazón, ante la tristeza de perder a un ser querido…
Y también, en esos animales abandonados que se dejan morir de pena cuando su dueño los abandona… Perros que viven explorando los rincones de sus jaulas o gatos que se esconden tras una manta, para intentar que nadie jamás los encuentre.

Por eso creo que, quizás sin darse cuenta, a todos ellos sus dueños al abandonarles les dieron ordenes concretas, como las que recibieron aquellos soldados.
Y puede que también al igual que ello, pensarán <<Al fin y al cabo ¿A quién le interesa vivir en un mundo donde una persona es capaz de abandonar a su mejor amigo?>>

10/4/13

Animales en manos de animales

Nacer perro y ser español es nacer con dos patas puestas en una dulce familia y las otras dos en la triste calle. Lo dicen los datos: El 50% de los canes adoptados o comprados en nuestro país acaban abandonados. Unos serán un miembro más de una familia mientras los otros serán uno más de la de los albergues, refugios o perreras, y eso teniendo suerte porque, por desgracia, los animales abandonados en España no sólo se contabilizan por el número de ingresados en centros especiales para de ellos. También suman con sus cuerpos sin vida en las listas de basuras recogidas.

Ser gato abandonado y ser español es nacer con seis vidas ya gastadas y una hipotecada a corto plazo. Es cruzar la calle pensando que puede ser la última vez que se haga. Es la angustia de vivir muriendo o morir viviendo.
Ser toro bravo y ser español es nacer con las cuatro patas en un cementerio sabiendo que, cuando le llegue la hora de morir, lo hará desorejado y sin rabo. Y si el futuro le lleva de feria en feria por toda España, en ese caso, puede ocurrirle desde que le cuelguen de sus cuernos antorchas de fuego encendidas que le quemen y cieguen, hasta que le perforen mil veces la piel con lanzas, palos, cuchillos y navajas. 

Pero ¿eso significa que todos los españoles tratemos a los animales de esa forma? No y mil veces no. 
Existen cada vez más y más personas nacidas en nuestro país que están rompiendo con las mal llamadas tradiciones. Personas de mente abierta y corazón grande que aplican la ley y el sentido común en su actitud hacia los animales, mujeres y hombres que, con independencia de su lugar de origen, saben reconocer los sentimientos y las necesidades de los animales que nos rodean, dueños de animales de compañía que, más que amos, son amigos que los cuidan con amor sabiendo que, cada uno de ellos, entrega su vida cada día a nosotros. Para todos esos animales ser español es una bendición.
Pero, desgraciadamente, no todos son así. 
Por eso aún, hoy por hoy, ser animal español es saber que tu vida puede terminar mal, muy mal, si te cruzas con algún español que sea un auténtico animal.


Raúl Mérida

3/4/13

Aprendiz de feliz


Lo reconozco. Yo veo Bob Esponja. Dicho esto y, antes de que nadie salga huyendo ante la afirmación anterior, quiero compartir con ustedes la temática de uno de los capítulos de dicha serie. Se quejaba el bueno de Bob de que se había pasado varias semanas sin sonreír y que, como consecuencia de ello, se había olvidado de cómo hacerlo.
Todos los días me encuentro a personas que llevan tanto tiempo sin sentirse alegres que se han olvidado de en qué consistía el asunto, personas que perdieron su risa y sonrisa entre los problemas del día a día y que ya no saben ni cómo se hacía.
La universidad de Pensilvania, en Estados Unidos, una vez hizo un curioso experimento. Comprobaron cómo si durante unos minutos las personas mantenían un lápiz sujeto por la boca, entrando por una comisura de los labios y saliendo por la otra, el simple hecho de que dicha postura simulara una sonrisa forzada ayudaba a provocar la misma. Es decir que, según estos investigadores, simular de forma artificial una actitud feliz, aunque nada la produzca, acaba generando felicidad de forma natural y real. Eso, al menos, dicen ellos.
En el mundo de los animales la tristeza también hace estragos. He visto a monos perder para siempre la alegría si ha muerto algún miembro cercano del mismo clan. Y ya ni les cuento si es un hijo o su pareja, entonces llegan a veces, incluso, a morir de pena. 
¿Y qué decir de los perros y gatos que son dejados a su suerte en cualquier esquina de la ciudad?
Ya ven, antiguamente creían que los animales no podían sentir como lo hacen los humanos. Pensaban entonces que la risa o la tristeza era una diferencia clara que marcaba la frontera entre unos y otros. 
Hoy en día no se podría mantener dicha afirmación. Los animales tienen un lenguaje propio. Quizás su risa no esté llena de carcajadas, pero ellos la manifiestan a su manera. O puede que su tristeza no conlleve siempre lágrimas, pero cuando la sienten se les encoge exactamente igual el corazón que a cada uno de nosotros.
Por eso, cuando conoces a tantos y tantos animales abandonados que dejaron olvidadas sus risas en vidas anteriores siempre te da miedo que ya no sepan cómo hacerlo. 
Pero la verdad es que el temor dura lo que tarda en llegar alguien al albergue y adoptar a uno de ellos. Compruebas entonces que siempre ocurre igual. Primero comienza tímida y desconfiadamente a moverle su rabito de lado a lado. Y, al final, casi sin quererlo, acaba siempre llevándoles la alegría y regalándoles, a la que será su nueva familia, su primera sonrisa. 
Y es que ellos, para conseguir ser felices, no necesitan simular nada, sólo querer y sentir que les quieren. Claro que, en eso, todos somos iguales.


Raúl Mérida