Historias increíbles

Tigres y leones en pisos, pumas en chalets, linces, monos, serpientes...

Historias que ellos no pueden contar

Debemos hacer eco de sus historias; rescates, maltratos...

Historias que podrían haber sido la última

Cachorros, ancianos, con pedigree, inválidos... Da igual su raza y "valor".

Historias de rechazo

Muchos son abandonados cuando dejan de ser "útiles".

Historias de supervivencia

Historias que narran la lucha por sobrevivir al abandono.

26/6/13

Propiedad de nadie

Siempre he creído que sólo se puede tener lo que no se posee, lo que no nos pertenece. Lo pienso cada vez que escucho decir a alguna persona: Yo soy su dueño, refiriéndose a un perro, un gato o cualquier otro animal. 
Al oírlo, en silencio me pregunto: ¿Cómo se puede ser dueño de un amigo?¿Se puede poseer un solo amanecer, ser dueño del sol o de la oscuridad de la noche?

Apenas nos damos cuenta pero cuando intentamos ser propietarios de lo que no nos pertenece, sólo conseguimos alejarnos de ello y acabamos perdiéndolo. 
Es como cuando regalamos flores. Lo hacemos como muestra de cariño o amor. Las flores simbolizan la vida. 
Una vez leí que, si queremos poseerlas, si queremos ser dueño de ellas, sólo conseguiremos ver como se marchitan y mueren en el salón de nuestra casa. Pasadas unas horas, unos días quizás, aquellas flores yacerán convertidas en pétalos secos. 
Algún día nos daremos cuenta de que, sólo se pueden poseer compartiendo con ellas la vida. Viéndolas nacer y crecer en el campo una y otra vez. Sintiendo como el viento las mece, como el agua del rocío las hace brillar... Sólo así nos pertenecen.

De la misma forma ocurre con los animales. No somos dueños, sólo compañeros. Responsables de ellos, de que cada día amanezcan a nuestro lado, de que nunca les falte de nada. 
Cuidamos de su vida, de su felicidad y la dejamos que camine al lado de la nuestra. Somos sus amigos y ellos son los nuestros. 
Sólo poseemos las sensaciones, de los sentimientos que su cariño nos produce. 
Somos dueños del frescor de sus lametazos, de la alegría de cuando salen a recibirnos. Tenemos escriturado a nuestro nombre desde que nacen, su fidelidad de por vida. 
Poseemos una póliza imaginaria que nos asegura sin límite, su amor, su cariño... 
Así somos dueños de ellos, cuidándolos, protegiéndolos, estando siempre a su lado y, sobre todo, respetándolos.
Por eso, cuando a menudo hablamos con alguna persona a la que se ha denunciado porque tiene un animal que recibe palizas o al que mantiene viviendo en pésimas condiciones (atado, al sol todo el día, sin comida...) y va y nos suelta eso de que "Es mío y yo hago con él lo que me da la gana" siempre pienso que no hay nada más atrevido que la ignorancia. 
Ese perro, gato... no es suyo, ni lo será jamás porque ni lo entiende ni sabe de su cariño, porque jamás ha disfrutado de su amistad. No lo es, porque simplemente no siente nada por él. 

Los animales son nuestra responsabilidad, no nuestra propiedad. 
De todas formas que no se preocupen todos aquellos que les pegan o los tienen mal, si no acaban de entenderlo. Será la justicia y las sanciones que se les impongan por ello, las que en su momento, se lo acaben de explicar.



Raúl Mérida

21/6/13

En el cielo

Me dijo que había sido tan especial, tan bonito... y con lágrimas en los ojos me explicó los últimos instantes de su madre.

-     Estábamos de nuevo en el hospital. Era la tercera o cuarta vez que ingresaba en apenas seis meses. A veces me imaginaba que era sólo cuestión de tiempo pero luego la miraba y la veía luchando y de nuevo creía que el milagro era posible. Una y otra vez la vi burlar a la muerte, dejarla plantada en el último momento y volver a sonreír. Pero supongo que todo tiene un final. Mis hijas estaban alrededor suya. Cada una a un lado y yo, desde enfrente, observaba atenta y calmada la escena para no olvidarla jamás. Era el retrato de una despedida. Cogieron con fuerza la mano de su abuela... y ella, como si fueran las últimas asas que le unían al mundo, las apretó con amor y rabia. Para entonces, el dolor se había abierto camino por su cuerpo y, a su paso, arrastraba sus últimos pensamientos. Sin fuerzas ya no era ella. Su carácter y su genio la habían abandonado. Y de pronto, ocurrió... Ella lanzó sus brazos al aire. Los agitó como si fuera una gaviota. Enseguida me di cuenta que mi madre en ese mismo momento había comenzado a volar marchándose de este mundo A veces me pregunto cuál sería su destino.

No le contesté... En estos casos, el silencio contiene las mejores palabras.
Sólo pensé y recordé a una persona que una vez me preguntó acerca del cielo de los animales. 
-     ¿Cómo será? ¿Dónde estará? - me dijo.
-     ¿Cómo? Debe tener la forma como de un corazón amplio y limpio - le contesté. 
-     ¿Donde? Es muy sencillo. Sólo tienes que ponerte la mano en el tuyo. ¿Lo escuchas latir? Ahí viven todos los animales. Los que una vez tuviste, los que tienes y los que tendrás. Ese es el paraíso para ellos, el corazón de sus dueños-.
-     ¿Y los abandonados? ¿Donde irán ellos cuando mueren? - de nuevo me preguntó.
-     No lo sé, pero a veces, creo que los animales abandonados cuando mueren, también viven al lado de sus dueños. ¿Quién podría prohibirles hacerlo? Ellos deben buscar sitio en el corazón de los que un día los abandonaron pero, desgraciadamente, allí no hay lugar para ellos. Así que, tristes y solos, como pueden, se instalan en sus conciencias... y sólo aparecen cuando un perro ladra o un gato maúlla. Entonces les recuerdan que una vez existieron y que siguen vivos en su remordimiento.

En realidad cada vez estoy más convencido de que, mientras se viva en la memoria de alguien, nunca se muere y da igual que camine a dos o cuatro patas, que vuele o que sea capaz de surcar el océano más profundo.
El amor es amor y vive sólo en el corazón de quien lo siente. 
Quien quiere, quien de verdad ama... ama para siempre.


Raúl Mérida

17/6/13

¡Burro, más que burro!

¡Burro, burro!, me gritan cuando paso. ¡BURRO!, cuando la gente quiere que me acerque a ellos, cuando quieren tocarme y ¡BURRO, BURRO! también me llaman cuando quieren insultarme o simplemente reírse de mí. 
Se equivocan, no me molesta, al revés, me encanta, claro que... bueno, al fin y al cabo, es lo que soy, un burro, un auténtico burro. 

Mi cuerpo, ¿a qué engañarnos? Ya sea por el paso de los años que, día a día, ha ido dibujando un arco iris de cicatrices en mi piel, quien sabe si por el transcurrir de la vida que tampoco me ha tratado muy bien o, simplemente, simplemente por el paso sobre mi lomo de tantos y tantos dueños, dueños que me hicieron conocer al hombre, al hombre de verdad, sin tapujos ni engaños, al que me mostró la peor cara del ser humano, aquella que una vez que la descubres, te impide estar de por vida al lado de uno de ellos sin miedo, sin que todo tu cuerpo como el cuero de un tambor golpeado, tiemble al notar que se acerca... 

Pues bien, como os decía, mi cuerpo, mi cuerpo está roto, sí, completamente roto. Cuatro patas deformadas, abiertas, desencajadas. Un morro alargado, sin apenas pelo, con heridas y eso sí, adornado con dos buenas orejas, también, muy grandes, enormes y hermosas, ya se sabe, seguramente, para aquello de oírlo todo mejor. 
Sin embargo, lo que más me gusta no es oír, no, lo que de verdad me gusta es mirar, sí, mirar, fijar mis ojos, mis negros y profundos ojos en la vida y mirar y mirar. ¡Cuántas cosas se pueden descubrir mirando...! 

Mirando descubrí el vacío, el vacío de las personas que no tienen nada, que por no tener, ni siquiera tienen algo en que creer... Gentes sin futuro, ni presente y con un pasado al que intentar olvidar... Pasé por muchos de ellos, me vendían, me compraban. Todos me pegaron alguna vez, sí creo que yo era como su terapia. Me golpeaban por la discusión con el vecino, con su mujer... 
Me pagaban por lo que no querían decir y dijeron y sobre todo por lo que les hubiera gustado decir y se callaron. ¡Pobres gentes! Maltratadores, maltratados...

Mirando conocí también el hambre, la vi venir una mañana de la mano de mi dueño y se ve que le gusté, porque se quedó a vivir conmigo. Cambiaba de propietario pero nunca me la quitaba de encima, siempre estaba ahí, a mi lado y yo... yo intentaba combatirla buscando la hierba más agazapada. En fin, durante aquellos años comí de todo, claro que tampoco había nada.
Mirando también descubrí un buen día, otro mundo, fue al llegar al albergue. Cuando lo daba todo por perdido, de pronto, descubrí cariño, buen trato, amor, cuidados... Aquí, conocí a otros animales que como yo, también tenían mucho que perdonar, que olvidar, e incluso, conseguí acercarme a algunos hombres sin miedo pero, sin fiarme demasiado, al fin y al cabo, también aquí veía, veo cada día a personas que abandonan a sus animales, que los maltratan, que los alejan de su lado sin importarles sus sentimientos, sin importarles su vida. 

Por eso, yo que todo lo miro desde mi silencio, que entiendo y comprendo los ladridos o maullidos de otros animales, a veces me gustaría poder hablar, sí, poder gritar, que mi rebuzno por unos instantes se convirtieran en palabras y que de una vez por todas todos entendieran que cuando me llaman "¡BURRO, BURRO!" siempre pienso: Sí, bueno... BURRO, sí, no me importa, mientras no me llamen HUMANO...


Raúl Mérida

12/6/13

Injusta justicia

Esta semana la comenzamos en la protectora recibiendo una notificación de un juzgado para acudir como testigos a un caso de maltrato hacia unos animales. La verdad es que, hasta ahí, todo normal. Todos los meses acudimos, unas veces como peritos, otras como testigos y muchísimas, como denunciantes.

Desgraciadamente, en un país donde se produce tamaño nivel de desprecio a los animales no se puede esperar otra cosa. 
Sin embargo, si de lo anterior estoy hasta orgulloso, sí he notado algo que últimamente me tiene muy desconcertado. Se trata de los plazos que transcurren desde que suceden los hechos hasta que se juzgan.
Puede que haya sido simplemente casualidad, pero es que, en las próximas semanas, iremos a declarar en varios casos que se denunciaron hace tres, cinco o incluso siete años en alguno de ellos. Y ahí viene mi absoluta preocupación porque, entre otras cosas, en la actualidad tenemos más de una decena de perros que, por cierto, además, llevan ya desde hace meses en el albergue y que están en espera de que la justicia decida si se ha producido maltrato o no hacia ellos. 
Hasta ese momento no podrán darse en adopción ni acogida.
No puedo dejar de pensar en todos esos animales que verán pasar los próximos años en una jaula. 
Imagínense, por ejemplo, que si cada uno de ellos vive una media de doce o trece años y se retira por maltrato o abandono siendo adulto con tres o cuatro, que es lo habitual, en la práctica se va a pasar el resto de su vida viviendo tras unos barrotes, una barbaridad. Por tanto, todos ellos habrán sido víctimas del maltrato y, como premio, condenados a vivir entre rejas por ello el resto de su vida. Lo más doloroso es que en este mismo instante tendríamos para todos ellos nuevos dueños, familias dispuestas a tenerlos en acogida, cuidarlos y quererlos, personas a las que no les importaría quedárselos hasta que se produjera el juicio, pero, desgraciadamente, la ley no nos permite hacerlo. Deberían articularse, desde ya, mecanismos que nos permitieran darles una esperanza a todos esos animales, perros y gatos que tuvieron como desgracia el entregarse en cuerpo y alma a un dueño equivocado.

Comprendo que la justicia es lenta y que ha de estar dotada de mil y un mecanismos que garanticen la seguridad jurídica y permitan una sentencia correctamente fundamentada y argumentada, pero entenderán ustedes que, en el caso de los animales y supongo que en muchos otros, una justicia lenta puede llegar a ser de todo menos justa.

11/6/13

Todos tienen pedigree

El otro día pasó en el albergue una de esas circunstancias que, si no hubiera oído directamente, nunca hubiera creído.

Se trataba de alguien que deseaba adoptar uno de los perros de la protectora. Hasta ahí todo normal. Lo curioso es que, al verlo y comprobar que parecía al menos de <<raza>>, preguntó acerca de si poseíamos el pedigree del mismo. 
Mi compañera, guiada por la sinceridad, le contestó que no, que no poseíamos dato alguno de su pasado, al fin y al cabo, era abandonado. Pero el hombre se molestó y, enfadado, siguió preguntando sobre dicho certificado. Después, finalmente se marchó.
Sin embargo, creo que mi compañera se equivocó. Por eso, me permito desde aquí escribir a aquel señor y mandarle a través de estas letras una carta, acompañando al deseado certificado oficial de los orígenes nobles del citado animal.

        Estimado desconocido,
Espero no molestarle pero, mientras limpio una de las jaulas, le escucho a través de las rejas de la misma, pidiendo a mi compañera el pedigree de un perro del albergue. 
Lo siento. Se equivocó al responderle. Por supuesto que lo tiene. Todos los animales del albergue lo poseen, cada uno de ellos lo lleva escrito sobre su piel. 
¿Se fijó en la cicatriz del de la jaula del fondo? Se lo hicieron al arrojarlo desde un coche en movimiento. 
¿Y en la tristeza de aquel que le miraba fijamente? Sus ojos, sin necesidad de papel alguno, certificaban que se está muriendo de pena.
¿Se dio cuenta del gato que se cruzó delante suyo? Llevaba sus siete vidas colgando de una pata que arrastra. 
Todos tienen su pedigree. Unos lo llevan en forma de cojera. Otros lo muestran en sus huesos marcados, con las costillas rotuladas por el hambre.
¿Y la perra en la que se fijó? Ella también. Se lo facilito: 
 Parentescos filiales: Hija, probablemente "ilegítima" pero tan legal como cualquier otra, de una yorkshire de raza acomodada y un perro callejero. 
 Por parte de madre: heredera de muy alta cuna, aristócrata canina con dueño y familia. 
 Por parte del padre: especialista callejero, campeón del mundo en pasar frío.
 Su línea genética es un clásico perfecto: Cuatro patas, dos orejas, tres ladridos y una sonrisa permanente en forma de rabo que agita en el aire.
 Circunstancias de su vida: Abandonada. Puede que maltratada. 
 Carácter: Juguetona y alegre. Se derrite cuando alguien se acerca a ella y le llama… y tan pura de corazón como todos los del albergue.

Ya lo ve. Por supuesto, el presente pedigree está garantizado. 
Y éste es auténtico, no como algunos de esos que circulan por ahí.
Sin embargo, para más señas, ¿sabe dónde de verdad se nota la alta alcurnia de todos los perros del albergue? No lo dude, en cada uno de sus lametazos. Se lo aseguro, son simplemente perfectos.


Raúl Mérida

5/6/13

Un delfín muy dominguero

Domingo pasado. 
Había jurado y perjurado que no me bañaría. La jornada soleada engañaba. Un airecito fresco alejaba de mí cualquier tentación de ir a la playa.
El día pasó y llegó la noche y, con ella, mi teléfono se llenó de llamadas. Un delfín varado se había instalado en la playa de Arenales.
La verdad es que, desde hace algunos años, existe un temor muy extendido entre los expertos de que, un verano de éstos, un número importante de delfines se acerquen a la costa. La altísima contaminación y el calentamiento global del planeta los está, literalmente, echando del agua. Llegan a la costa enfermos, derrotados, sin fuerzas para luchar contra la corriente. Son, en su mayoría, delfines listados, aquejados de virus, infecciones y altas fiebres.
He estado junto a muchos de ellos durante los minutos previos a poder ser rescatados. Son animales de piel suave, respiración agitada y cara simpática que, poco a poco, se tranquilizan según les ayudas, pero para los que la única esperanza es un rescate rápido que los traslade a un lugar seguro. Sin embargo, a menudo, hasta eso se les niega. 
El delfín del domingo llegó a la playa a eso de las ocho y media de la tarde. A esa hora se dio aviso a los servicios competentes en materia de cetáceos. Pasada la una de la mañana llegaban al lugar. Hasta entonces, cinco horas después, sólo acompañamos a aquel pobre delfín, al que, por cierto, alguien que estaba allí bautizó como "Arenales", unos socorristas de DYA, vecinos de la zona, Policía Local de Elche y la Protectora de Alicante. 
Supongo que a los organismos competentes en la materia les resultaba difícil acudir antes. Me imagino que el número de animales que aparecen varados no es suficiente como para tener un organigrama permanente mejor montado y, sobre todo, más rápido. Un servicio, por ejemplo, que no tenga que venir desde Valencia, sino que pueda tener sedes cercanas en cada provincia, tal y como, por cierto, existía antiguamente.

Está claro. Es sólo un delfín, y de vez en cuando. Sin embargo, qué quieren que les diga, no será fácil para ninguno de los que estuvimos allí olvidar la cara de aquel pobre animal pidiendo ayuda, el olor de su respiración, el tacto de su piel. Y sí, puede que sólo sea uno, pero les aseguro que es una cifra infinita para el mar y, también, para cada uno de nosotros.



Raúl Mérida

4/6/13

Los mejores amigos

En su casa: Llegaba tarde a la academia, como siempre. Le dio un beso a sus padres tan rápido que, en realidad, se lo dio al aire. Gritó: ¡Adiós!, mientras con su mano decía: ¡Hasta luego!. Se montó en la moto y se marchó a toda velocidad... 

En el Hospital: Tres día más tarde despertó del coma. En cuanto abrió los ojos, preguntó qué hacía allí. Su madre no le contestó, no pudo. Llorar y hablar al mismo tiempo a veces resulta imposible. 
Su hermana se acercó a él y mirándole a los ojos, le cogió la mano. Lo hizo tan fuerte que sintió que se la quemaba. 
Dos semanas más tarde aún luchaba simplemente por vivir. Ya sabía que no volvería jamás a andar. 

En el Centro de rehabilitación: Sus piernas estaban destrozadas, casi tanto como su ánimo. Se preguntaba cada día si no hubiera preferido morir. Se rebelaba contra el mundo y a solas, lloraba tanto como podía. Pero, en esta vida se acaba todo, hasta las lágrimas y un día se le secaron. No volvió a llorar, tampoco volvió a sonreír. 
A partir de ese momento, resignado, aceptó que, al menos, debía luchar por salvar sus brazos, le harían más falta que nunca... Moverse en una silla de ruedas no resulta nunca fácil.

En su casa: Le habían dado el alta hacía varias semanas. Resultaba curioso pero que diferente era ahora. Cada escalón parecía un obstáculo insalvable, cada puerta un estrecho corredizo por el que apenas cabía... Todo resultaba muy complicado, todo imposible. Se sentía atrapado, extraño...

En la calle: Si su casa era una batalla diaria, la calle era la guerra. Se pasaba el día intentando encontrar una rampa por la que bajar y cruzar la calle, un trozo de acera en el que, algún coche aparcado sobre ella, no le impidiera pasar. Al final dejó de salir y se encerró en sí mismo.

En su mente: Se olvidó de vivir, de sentir... Pensó que si deseaba con todas sus ganas morir, moriría pronto. Dejó de luchar y pasó varias semanas sin hablar, mirando solo al cielo: morir, morir, morir...
De nuevo se equivocó, la muerte llega sólo cuando no se espera, cuando más se desea vivir...

Su familia: Estaban desesperados. Se preguntaban cada día el porqué de todo aquello ¿Era posible que un accidente pudiera romper la vida a toda la familia? 
Hablaron con especialistas, con familiares, con asociaciones... Un experto les propuso acoger un perro –   ¿Un perro? - dijeron ellos.
–   Sí, un perro. Un perro de asistencia, de asistencia para todo. Un amigo que le ayude a vivir y a la vez le acompañe. Le recomiendo un perro. 
Pensando en todo ello, se marcharon para casa y cuando llegaron se lo dijeron a él. No contestó...

Su perro: Llegó a casa un mes más tarde. Entró oliendo cada rincón de su nuevo hogar. Enseguida lo vio a él al fondo. Estaba sobre su silla de ruedas. Corrió a saludarlo divertido y se sentó a su lado, pero él ni le miró. Entonces el perro extrañado le ladró y comenzó a lamerle la mano. Cinco lametazos fueron suficientes para que le mirara... Cinco más para que le acariciara... Cinco más para que sonriera por primera vez... Cinco más para que, por fin, decidiera de nuevo vivir.



Raúl Mérida

29/5/13

El des-sentido común

Dicen que en las personas el sentido común es el menos común de todos los sentidos. Todos los días lo compruebo fehacientemente. Ejemplos hay mil.

En mi caso les hablaré de los animales, de esos pobres desgraciados que, digan lo que digan algunos, sí tienen derechos y leyes que les protejan. Uno de los más básicos de todos ellos es el derecho a ser tratado dignamente. No lo digo yo. Lo dicen las leyes vigentes. Otra cosa diferente es el desconocimiento de las mismas y la nula aplicación de éstas.
Pero claro, ¿cuál es el problema? La cuestión es que quien tiene que garantizarles esos derechos son sus dueños, los mismos que en algunos casos se los quitan en forma de patada, envenenamiento o abandono. ¿Lo ven? Otro claro caso más de des-sentido común.
¿Y qué decir de esas colonias de gatos que viven en las ciudades? Las personas que alimentan a los mismos se quejan de que no poseen recursos para hacerlo, y tienen razón. 

Por otro lado, las personas que viven en las cercanías de las mismas se quejan de los fuertes olores que producen los restos de comida en la zona y, puede que en unos casos más y en otros menos, también tengan su razón, aunque es cierto que existen muchas cosas que mal huelen en cualquier ciudad. 

En cualquier caso, los que no tienen razón alguna son aquellos que, desgraciadamente, siempre aparecen cargados de veneno para llevárselos por la calle de en medio a todos ellos. Esos no tienen ninguna. Comenten un delito de maltrato hacia esos animales.
Por cierto que, hace unos días, saltaba la noticia de uno de estos casos de envenenamiento en la zona de San Blas y Nuevo San Blas. 
Primero pusieron anzuelos de calamar mezclados con comida para acabar con los perros. ¿Puede existir algo más bárbaro? Y ahora veneno para "idem" con los gatos. ¿Sentido común? Ninguno.
Pero como siempre hay algo más. 

Les cuento una de las últimas. La semana pasada apareció andando sola por la puerta del albergue, en la zona exterior al mismo, una perra con el lomo rasurado. La habían dejado recién operada, con los puntos aún colgando, en la puerta del centro. Evidentemente, desconozco cualquier razón ilógica -lógica no existe- que haya podido llevar al dueño a abandonarla de esa forma, pero ¿ni siquiera merecía el animal que le hubiera acompañado hasta dentro? ¿No era suficiente con dejarla? ¿Era necesario abandonarla de esa forma?

Como les digo, desde hace mucho tiempo el ser humano, cuando es inhumano, a menudo, limpia el retrete de su casa con el sentido común, le saca brillo con los sentimientos y luego tira de la cisterna.





Raúl Mérida

25/5/13

Sin mar


Existe un antiguo cuento, transformado por los distintos autores, que habla de un pueblo marinero donde no existía mar. 

Al parecer, aquel lugar poseía todo lo necesario. Tenía playa, puerto, faro, barcos y hasta aguerridos marineros… Pero, desgraciadamente, no tenía mar. 
Nadie sabía el motivo. La cuestión es que, en el preciso lugar donde tenía que estar, lo único que se levantaba era una inmensa pinada. Los pescadores se quejaban a menudo desconsolados, aquello era su ruina. 
¿De qué podían vivir si, por no existir no existía, ni al menos unos pocos metros de río donde ejercer su profesión? Todas las mañanas acudían al lugar donde debía estar el mar para ver si, por casualidad, por fin había llegado… pero, no había suerte, nunca estaba. Ante la preocupante situación, el alcalde decidió viajar hasta la capital y acudir al jefe del gobierno para pedir su mar.  Ni siquiera le recibió. Por toda respuesta obtuvo, en forma de mensaje, una disculpa por el olvido imperdonable de los organizadores del país, al no ponerles el mar que les tocaba. Así que, decepcionado, volvió a su pueblo. 
Sin embargo, al explicar la situación, un grupo de marineros, fuertes y valientes, decidieron marchar a América porque allí existe mucho mar.
¡Y lo consiguieron! Lo agarraron fuerte de una de sus orillas y, poco a poco, fueron estirando más y más de él, hasta que consiguieron que el mar llegara a su localidad. La verdad es que estaban muy orgullosos pero, aunque la gente estaba contenta, no acababan de tomarse en serio ese mar, cuentan que hasta los peces se lo bebían y cada día había que reponer el agua… Y eso sin contar la gente que se lo llevaba en cubos o en botellas por la noche o que quitaba las olas. Hasta tuvieron que levantar un muro y poner vigilantes para evitar los robos de mar.
Pero, en realidad, los problemas más importantes llegaron luego cuando comenzaron los naufragios, la gente que se ahogaba en verano, las tormentas…
Así que se reunieron todos de nuevo y decidieron qué hacer con el mar, porque, la verdad, no les había salido muy bueno.
Hubo quien sugirió venderlo pero la gente no suele querer un mar de segunda mano, otros pensaron en regalarlo pero, era un fastidio buscar un lazo tan grande… Así que, al final, a alguien se le ocurrió una idea que resultó ser la elegida.
Al día siguiente se puso en marcha y, al anochecer, ya estaba ejecutada.
El mar fue asfaltado. 
La verdad es que, según el cuento, quedó horroroso de feo pero, dicen que los coches rodaban muy bien por el mismo.

He decidido que el nuevo año estrene estas historias con este cuento. 
Al fin y al cabo, yo deseo que éste sea un año de lucha por sueños imposibles con meses cargados de ilusión para transformar aquellas injusticias que nos rodean, con días para la búsqueda de un nuevo mundo que reconozca sus derechos también a los animales. 
Sin maltrato, sin abandono, con amor… 
Y, por supuesto, con mucho mar y poco asfalto.



Raúl Mérida

22/5/13

Sin nombre

Existe un acuerdo no escrito en los medios de comunicación por el que no se debe publicar noticia alguna relacionada con los suicidios. Se intenta evitar, así, el efecto llamada. Un exceso de noticias de este tipo, se piensa, podría aumentar el número de los mismos. 
Sin embargo, las cifras nos golpean una y otra vez. 
Más de tres mil quinientas personas se suicidan cada año en España. Es ya una de las tres causas principales de muerte. Pero no hay campañas de publicidad que alerten del peligro. Se silencian cifras y nombres. El olvido los acoge a todos. 

Se llamaba Angélica. La conocía por la protectora. Tenía todo lo que alguien de su edad podía querer tener, pero se sentía sola, completamente sola. Era esa soledad la que le llevaba tantas veces al miedo y del miedo al dolor y del dolor a no querer salir de casa y de no querer salir de casa a la soledad, y vuelta a empezar.
Hizo de su cama una trinchera y de su habitación todo su mundo. Vivía, mejor dicho, moría cada día en un piso enorme con vistas al mar. Un absurdo para alguien como ella que, por enfermedad, sólo sabía mirar hacia dentro. 
Tenía un perro, un chuchillo viejo encontrado en la calle, al que nunca llegó a ponerle nombre. Pese a ello, "Sin nombre", día a día, supo demostrarle que cuando alguien dijo aquello de que "El perro es el mejor amigo del hombre" estaba pensando en él. Pero no fue suficiente. Los problemas le pesaban a Angélica más que las soluciones. Y un mal día decidió parar el tiempo. 
Se despidió de su perro, de la vida y dejó una nota: "¡Por favor, cuídenlo! Él es otra víctima igual que yo". 

Siempre he oído que hay quien dice que suicidarse es cosa de cobardes. Otros afirman lo contrario, que es de valientes. Supongo que es, sobre todo, una cuestión de sufrimiento, de no ver más puerta abierta que aquella que te conduce a la nada. En fin, no sé.
A "Sin nombre" lo recogimos una mañana. Nos avisaron y acudimos a por él. No se movía, sólo temblaba. Estaba acurrucado a los pies de la cama, convertido, sin quererlo, en testigo mudo de toda aquella tragedia. 
Me imaginaba los últimos momentos de Angélica cuando su vida calló para siempre. Pensaba en el sufrimiento y también en el silencio que debió envolver aquel final. La verdad es que nunca olvidaré aquella casa, al fin y al cabo, supongo que el dolor que produce el final evitable de una vida es siempre, absolutamente, infinito.



Raúl Mérida

15/5/13

Los animales en pie de guerra


Que los humanos llevan toda la vida dando por saco a los animales es una verdad irrefutable, lo han hecho de cuantas maneras les ha sido posible. A veces con mucho ingenio y siempre con mucha mala leche.

A lo largo de la historia se les ha usado y explotado cuanto se ha podido. Los perros han servido desde el pastoreo, caza o guardia hasta como mano de obra barata. Los burros atados a cargas insufribles o arados "revienta-mulos" han sido durante décadas el medio de transporte más usado en todo el planeta.
Todos tratados y a menudo maltratados por el ser humano.
Pero de todos los usos y abusos a los que se les ha sometido, son aquellos relacionados con las guerras y combates lo que más hirientes me resultan. ¡Qué decir de todas esas famosas guerras que cruzan la historia de la humanidad! Caballos a los que se les tapaba los ojos y se les cerraban los oídos para que sólo atendieran la orden precisa del jinete. Animales conducidos a la muerte sin saber ni siquiera por qué luchaban ni contra quién lo hacían.

Y no piensen sólo en lejanas épocas de hace muchos siglos. El uso de los animales ha estado presente y vigente en conflictos más recientes. Por ejemplo, en la guerra de Vietnam tuvieron un protagonismo decisivo. 
Si recuerdan en aquella contienda, la tierra de Vietnam se llenó de túneles infernales donde se refugiaban las personas huyendo de los americanos. Se crearon en los mismos auténticos fortines, cuarteles militares desde los que se dirigían las batallas del exterior. Pronto ambos bandos se dieron cuenta que el resultado final de aquella guerra se libraría en el interior de los mismos. Los americanos formaron soldados preparados y adiestrados convenientemente para ello. Cuerpos especiales dotados de los medios más avanzados para ver en la oscuridad. Y así, poco a poco, la balanza cambió de bando y los vietnamitas empezaron a perder batallas en el interior de los mismos ante la supremacía de los medios tecnológicos del enemigo. 
Pero fue entonces cuando se impuso la filosofía que domina su cultura y, como tantas otras veces, volvieron la mirada hacia su entorno más cercano. Ellos eran conocedores del terreno mejor que nadie. Podían diseñar túneles aún más complicados pero sobre todo podían hacer mucho más, podían usar la fuerza poderosa y letal de la naturaleza.
Dicho y hecho. Capturaron a las serpientes más peligrosas y venenosas del entorno y las hicieron criar para ellos. A partir de ahí, cuando preveían el ataque cercano de los yanquis, las introducían rápidamente en cañas de bambú que dejaban sobre el suelo. Sólo quedaba esperar. Era infalible. Cuando los americanos entraban, al pisar y mover las cañas, salían las serpientes reptando y ellos huyendo inmediatamente, sabedores de que aquellos a los que mordían no llegarían a la noche.

Y es que el hombre es así, capaz de hacer lo mejor por ayudar y proteger a cualquier ser vivo que lo necesite pero, también, capaz de acabar con él si es él mismo el que lo quiere o necesita.

10/5/13

¿Aceptamos león como animal de compañía?

Sabe, porque lo sabe, que puede acabar conmigo con un solo y pequeño movimiento, pero no hace nada. Conoce bien las rejas que nos separan y no intenta traspasarlas. 
Puede que Leo entienda que no soy amenaza alguna para él, sin embargo, si alguna vez mi cuerpo estuviera en contacto con el suyo me mataría sin dudarlo. No es una cuestión de odio ni de enemistad, no, es simplemente el cumplimiento del deber más sagrado que tiene un animal en la selva: defender su territorio. 
Conserva intactos cada uno de sus músculos. Sin embargo, apenas se mueve. Rula su cuerpo tumbado sobre la tierra de un lado para otro. Afila sus uñas sobre un olivo. Juega con su compañero de encierro y, continuamente, casi como si no lo hiciera, mide disimuladamente con la mirada cada cuadrado de hierro, cada barrote que da forma a su jaula.
Podría parecer que su existencia es pura monotonía, pero no lo creo. Está siempre alerta y en guardia. El más mínimo ruido llega a transformar la expresión de su cara. 
Supongo que sabe que, como buen atleta, le bastaría un salto para levantarse y otro más para acabar con cualquiera que pudiera intentar perturbarle. 

Pese a ello, a menudo lo veo portarse en su jaula como si fuera un gatito. Un minino, eso sí, de más de trescientos kilos de peso. Le observo entonces ronronear con su compañero de encierro, Ligre, un inmenso cruce entre tigre y león con el que ahora comparte la vida. Reconozco que en esos momentos me pregunto si recordará a aquel que le impuso la condena de vivir enjaulado de por vida. Lo rescatamos hace ya varios años del interior de un garaje. Me imagino que aquel que fue su dueño decidió un mal día sustituir un perro de guarda por un león cachorrón. Y como en esta vida, desgraciadamente, todo lo que se puede comprar con dinero hay alguien dispuesto a venderlo, lo adquirió en ese, a veces mercado negro, llamado hoy en día Internet. 
Seis mil euros fue el precio acordado por el delito de convertir a aquel pobre animal en león de compañía. A partir de ese momento una cadena de gruesos eslabones rodeó su cuello y un sótano pasó a ser su selva. Pero tuvo ese defecto natural que todos tenemos: Creció y su fuerza se multiplicó por mil.
Llegaron las denuncias y los "yo no sabía", "yo no pensé", "yo no quería". 
El animal fue retirado. El dueño sancionado. Al fin y al cabo, pese a la fortaleza de Leo, la realidad es que el único animal capaz de hacer daño por el placer de hacerlo, sigue siendo el hombre. 
Así que no lo olviden: ¡Protéjanse! 
Recuerden siempre que somos los más peligrosos del planeta.

Leo es un león. Ligre es un cruce de león y de tigre. Juntos viven en el Centro de Rescate de Alicante El Roal, Santuario de Animales Salvajes Arca de Noé.



Raúl Mérida

24/4/13

La mayor jaula del mundo

En esta vida todo es relativo. Lo que parece verdad suele ser mentira, aunque, eso sí, la mentira siempre es falsedad. Lo que parece ser grande puede ser pequeño, aunque, eso sí, lo pequeño siempre es diminuto.

Acudo a ver unos animales. Me han avisado unos vecinos. Están preocupados por las pésimas condiciones en las que mantienen a los mismos. Los propietarios, sin embargo, me reciben orgullosos de poder mostrar lo "bien" que los tienen a todos.
Nada más entrar veo un montón de jaulas pequeñas. Cada una de ellas apenas mide veinte centímetros por veinte. En el interior contienen un yogurt vacío como cuenco de agua y otro con pienso. Decenas de pajarillos de canto viven encerrados en su interior.
Más allá veo otra jaula con una perdiz dentro. Los barrotes envuelven el cuerpo del animal. Apenas tiene espacio para respirar. Sólo consigue sobrevivir dentro. Al fin y al cabo, supongo que nadie muere cuando quiere.
Otra jaula contiene tres gatos. Ésta, siendo también muy pequeña, es más grande que la anterior. Medio metro cuadrado, mal contado, para cada uno de ellos. Un cuenco con pienso. Otro con agua. Y un cajón de arena.
En una esquina veo dos perras cruce de hambre y mala vida. Estas no están encerradas... ¿o sí? Viven atadas. Una argolla anclada en la pared las sujeta firmemente. Barrotes invisibles que sin ser de hierro las encierran de por vida. 
Salgo de allí. Necesito respirar y llamar cuanto antes a la policía para intentar rescatarlos.
Mientras espero su llegada me acuerdo inevitablemente de otros animales que, como aquellas perras, viven encerrados sin necesidad de que haya jaulas que los aíslen. Animales de feria, de atracciones, de espectáculos. Seres permanentemente atados a la voluntad de sus dueños. En fin, son tantos...
Lo que no saben aquellos que los mantienen en ese estado es que cuando alguien trata o maltrata así a un animal o a cualquier otro ser, en realidad, nos golpea y encierra a todos para siempre.
Nos hace prisioneros de un mundo que no nos gusta y que, cuando vemos sufrir a otros de esa forma,  sólo nos permite cerrar la puerta de nuestro corazón y no estar para nada, ni nadie.

Al fin y al cabo, no lo olviden, no hay peor jaula que aquella que nos encierra en nosotros mismos, nos encoge el corazón y, por no dejarnos, no nos deja ni aire para respirar.

21/4/13

Sirenas


Cuenta Mario Benedetti el relato de un hombre procedente de un pueblo del interior, donde ninguno de sus habitantes habían conseguido ver jamás el mar. Sin embargo, él lo logró, marchó camino de la costa hasta llegar al mismo océano y, allí embarcó, surcando las olas de orilla a orilla. Pero el tiempo pasó y sintió la llamada de sus raíces.
Regresó. Volvió a su antigua casa donde cada día se acercaba alguno de sus vecinos, para que les contara historias del mar. Él les hablaba de sus viajes, del olor a brea, de los distintos azules del mar… Hasta que, un día al despertar, se dio cuenta de que ya lo había contado todo. Entonces, cuando aquella mañana, como todas, alguien se le acercó y le preguntó: 
     -   ¿Y qué más...?
Él, en ese mismo instante, comenzó a hablar de Sirenas.

Me la presentó un ángel y desde entonces, cada día acudo a verla.
Es una de esas perras que viven solas, sin más compañía que el aire que la envuelve.  Pese a que me dijo su verdadero nombre, yo no lo recuerdo… Siempre la he llamado "Olvidada".
Posee por único hogar, un terreno de escasos metros, maltrecho y frío y por compañía, el eco y la soledad. Sin casa ni caseta, sin resguardo ni techo, hace frente con su cuerpo erguido a las temperaturas heladas y el viento bajo cero, que a veces la visita. Y así, con el alambrado que cerca su espacio como único abrigo, recibe el invierno más frío y la noche más oscura. También tiene a alguien que se autollama “su dueño”, pero sus días no recuerdan mano alguna que oler ni lamer. Nunca palabras cariñosas, tampoco miradas dulces… Jamás escuchó un "te quiero", no sabe lo que es una caricia. Por increíble que parezca, "Olvidada" fue olvidada hace mucho tiempo.
Quizás por eso, cuando puedo, me gusta acercarme hasta ella. Desde la valla la llamo y ella levanta su cara, entre sorprendida y extrañada. Luego salta y, alegre, me agita su cola de lado a lado. No hace falta haber sido querido para saber querer. Yo le cuento cosas que suceden más allá del encierro de donde nunca salió, le hablo de otros perros que tienen amigos que les cuidan y quieren, de paseos al atardecer, de hogar…  Ella agradece con lametazos que se quedan en el aire por la distancia, mi compañía.
Pero luego me marcho y, de nuevo, queda olvidada.
Por eso, cuando el otro día me dijeron que podría llevármela de allí, siempre que, eso sí, encontrara una nueva familia para ella pensé que quizás por fin podría enseñar a “Olvidada” lo que significa la palabra familia… Y que jamás pudiera llegar a pensar que todo lo que le conté, no eran sino historias de sirenas.

15/4/13

¿Hitler estaba loco?

F
Una vez, en medio de una mesa coloquio, comencé a hablar de un tema que, he de confesar, me apasiona; se trata de los sentimientos de los animales. Controvertido donde los haya, nadie se pone de acuerdo al respecto.
Sin embargo, en medio de la animada discusión, alguien preguntó: 
     -  ¿Pueden los animales suicidarse?
Todo el mundo se quedó callado.

Entonces recordé una historia que sucedió poco antes de estallar la Segunda Guerra Mundial.
El Reino Unido quería evitar diplomáticamente lo inevitable. Para ello, un alto representante del gobierno se había desplazado hasta Alemania. Su objetivo era mantener un encuentro con el mismísimo Hitler, con la intención de llegar a algún acuerdo.
Una mañana fue citado en el piso trece, del único rascacielos existente en aquella época en Berlín. Allí fue recibido por Hitler. Éste último, tras saludarle y antes de entablar conversación alguna, mandó llamar a uno de los soldados que custodiaba la sala. Mirándole a los ojos y con la intención de impresionar a su interlocutor, le dijo directamente: 
     -  ¡Tírate por la ventana!
El soldado sin dudarlo y, ante el asombro del diplomático, se cuadró y se arrojó al vacío. El Canciller llamó a otro soldado y le dio idéntica orden. Él comportamiento de éste fue exacto al del primero. También se tiró. El diplomático no daba crédito. Hitler, sin inmutarse, hizo llamar a un tercer soldado y repitió la orden.
Sin embargo, esta vez el británico fue capaz de reaccionar y, antes de que el soldado cumpliera tan macabra orden, le sujetó del brazo y, angustiado, le dijo: 
     -  Pero ¿Qué vas a hacer? No puedes obedecerle, vas a morir. 
El soldado, serenamente, le contestó: 
    -  ¿Y quién quiere vivir en un mundo guiado, dirigido y organizado por una persona capaz de dar una orden como esta? Es simplemente un loco en un mundo de locura.
Después se arrojó también a la calle.
Para todos ellos, probablemente, más que un mandato jerárquico de obligado cumplimiento, aquello no era sino un suicidio.

Muchas veces recuerdo esta historia cuando pienso en todos esos animales, que se dejan morir cuando la tristeza invade su corazón… En los elefantes indios que fallecen cuando muere su cuidador. En los orangutanes, chimpancés u otros simios, que dejan que la muerte visite su corazón, ante la tristeza de perder a un ser querido…
Y también, en esos animales abandonados que se dejan morir de pena cuando su dueño los abandona… Perros que viven explorando los rincones de sus jaulas o gatos que se esconden tras una manta, para intentar que nadie jamás los encuentre.

Por eso creo que, quizás sin darse cuenta, a todos ellos sus dueños al abandonarles les dieron ordenes concretas, como las que recibieron aquellos soldados.
Y puede que también al igual que ello, pensarán <<Al fin y al cabo ¿A quién le interesa vivir en un mundo donde una persona es capaz de abandonar a su mejor amigo?>>

10/4/13

Animales en manos de animales

Nacer perro y ser español es nacer con dos patas puestas en una dulce familia y las otras dos en la triste calle. Lo dicen los datos: El 50% de los canes adoptados o comprados en nuestro país acaban abandonados. Unos serán un miembro más de una familia mientras los otros serán uno más de la de los albergues, refugios o perreras, y eso teniendo suerte porque, por desgracia, los animales abandonados en España no sólo se contabilizan por el número de ingresados en centros especiales para de ellos. También suman con sus cuerpos sin vida en las listas de basuras recogidas.

Ser gato abandonado y ser español es nacer con seis vidas ya gastadas y una hipotecada a corto plazo. Es cruzar la calle pensando que puede ser la última vez que se haga. Es la angustia de vivir muriendo o morir viviendo.
Ser toro bravo y ser español es nacer con las cuatro patas en un cementerio sabiendo que, cuando le llegue la hora de morir, lo hará desorejado y sin rabo. Y si el futuro le lleva de feria en feria por toda España, en ese caso, puede ocurrirle desde que le cuelguen de sus cuernos antorchas de fuego encendidas que le quemen y cieguen, hasta que le perforen mil veces la piel con lanzas, palos, cuchillos y navajas. 

Pero ¿eso significa que todos los españoles tratemos a los animales de esa forma? No y mil veces no. 
Existen cada vez más y más personas nacidas en nuestro país que están rompiendo con las mal llamadas tradiciones. Personas de mente abierta y corazón grande que aplican la ley y el sentido común en su actitud hacia los animales, mujeres y hombres que, con independencia de su lugar de origen, saben reconocer los sentimientos y las necesidades de los animales que nos rodean, dueños de animales de compañía que, más que amos, son amigos que los cuidan con amor sabiendo que, cada uno de ellos, entrega su vida cada día a nosotros. Para todos esos animales ser español es una bendición.
Pero, desgraciadamente, no todos son así. 
Por eso aún, hoy por hoy, ser animal español es saber que tu vida puede terminar mal, muy mal, si te cruzas con algún español que sea un auténtico animal.


Raúl Mérida

3/4/13

Aprendiz de feliz


Lo reconozco. Yo veo Bob Esponja. Dicho esto y, antes de que nadie salga huyendo ante la afirmación anterior, quiero compartir con ustedes la temática de uno de los capítulos de dicha serie. Se quejaba el bueno de Bob de que se había pasado varias semanas sin sonreír y que, como consecuencia de ello, se había olvidado de cómo hacerlo.
Todos los días me encuentro a personas que llevan tanto tiempo sin sentirse alegres que se han olvidado de en qué consistía el asunto, personas que perdieron su risa y sonrisa entre los problemas del día a día y que ya no saben ni cómo se hacía.
La universidad de Pensilvania, en Estados Unidos, una vez hizo un curioso experimento. Comprobaron cómo si durante unos minutos las personas mantenían un lápiz sujeto por la boca, entrando por una comisura de los labios y saliendo por la otra, el simple hecho de que dicha postura simulara una sonrisa forzada ayudaba a provocar la misma. Es decir que, según estos investigadores, simular de forma artificial una actitud feliz, aunque nada la produzca, acaba generando felicidad de forma natural y real. Eso, al menos, dicen ellos.
En el mundo de los animales la tristeza también hace estragos. He visto a monos perder para siempre la alegría si ha muerto algún miembro cercano del mismo clan. Y ya ni les cuento si es un hijo o su pareja, entonces llegan a veces, incluso, a morir de pena. 
¿Y qué decir de los perros y gatos que son dejados a su suerte en cualquier esquina de la ciudad?
Ya ven, antiguamente creían que los animales no podían sentir como lo hacen los humanos. Pensaban entonces que la risa o la tristeza era una diferencia clara que marcaba la frontera entre unos y otros. 
Hoy en día no se podría mantener dicha afirmación. Los animales tienen un lenguaje propio. Quizás su risa no esté llena de carcajadas, pero ellos la manifiestan a su manera. O puede que su tristeza no conlleve siempre lágrimas, pero cuando la sienten se les encoge exactamente igual el corazón que a cada uno de nosotros.
Por eso, cuando conoces a tantos y tantos animales abandonados que dejaron olvidadas sus risas en vidas anteriores siempre te da miedo que ya no sepan cómo hacerlo. 
Pero la verdad es que el temor dura lo que tarda en llegar alguien al albergue y adoptar a uno de ellos. Compruebas entonces que siempre ocurre igual. Primero comienza tímida y desconfiadamente a moverle su rabito de lado a lado. Y, al final, casi sin quererlo, acaba siempre llevándoles la alegría y regalándoles, a la que será su nueva familia, su primera sonrisa. 
Y es que ellos, para conseguir ser felices, no necesitan simular nada, sólo querer y sentir que les quieren. Claro que, en eso, todos somos iguales.


Raúl Mérida

27/3/13

Libre


Nos avisaron y fuimos. Nada distinto a tantas otras veces... ¿O sí?
Un perro viviendo en un balcón es, desgraciadamente, algo relativamente frecuente en un país donde el maltrato hacia los animales algunos consideran que es un derecho del dueño sobre éste. ¡Cuántas veces he escuchado eso de que: "El perro es mío y hago con él lo que quiero"! 
Bajo ese lema viven muchos animales en nuestro entorno más o menos cercano. Perros y gatos atemorizados que, cuando te acercas a ellos, sólo saben esconder su rabo entre las patas y temblar de puro miedo. 
Parece resultar inútil, en todos esos casos, explicar a algunas personas que tenerlo sólo da derecho a cuidarlo, que comprarlo o que te lo regalen sólo genera deberes y, eso sí, multitud de satisfacciones.

Claro que, como en esta vida siempre se puede dar un paso más allá, aquella llamada pidiendo auxilio lo daba y no precisamente en un sentido positivo.

Les sigo contando. 
Eran las cuatro de la tarde cuando llegamos hasta la vivienda. Miramos hacia arriba y allí estaba. Era un chucho callejero, poco pelo y muchos huesos, de pequeño tamaño. El sol calentaba de lleno su cabeza. Sólo algún gemido parecía salir del mismo
     -   ¡Qué raro! - pensé - ¿Por qué no se protege en alguna esquina?
Subimos hasta el piso y llamamos a la puerta. Un chico nos abrió. Preguntamos por el animal y nos dijo que, sí, que tenía un perro, pero que ya no lo quería. <<¡Menos mal!>> pensé. La verdad es que a lo largo de estos años ha habido dos sentimientos que se han mezclado en mí continuamente y que, a primera vista, podrían parecer contradictorios, pero, no lo son. 
Por un lado está aquel que me impulsa a buscar una familia o un dueño a todos los animales abandonados que encontramos. Por otro, aquel por el que querría dejar sin dueño a todos aquellos perros y gatos que tienen alguno que, por cómo los maltrata, no merece serlo.

Aquel día, al ver cómo vivía aquel pobre animal, me alegré de que pudiera decir adiós a aquella casa y tener la oportunidad de encontrar una nueva.
Salimos al balcón. Estaba solo, sucio, hambriento y encima, atado. Sí, encadenado a una barandilla que le impedía moverse. La cuerda suficiente para poder tumbarse, llegar al plato vacío de comida y al cuenco sin agua. Ni un centímetro más.
Soltamos rápidamente al animal y lo sacamos de allí en brazos. No hubo despedidas. Ninguna palabra. Ni siquiera nos trajimos de allí su nombre que quedó, como su anterior vida, olvidado para siempre. Pero, eso sí, estrenó desde ese mismo instante uno nuevo: Libre... porque libre estará ya para siempre de cualquier maltrato, de vivir en un balcón, de sentir su cuerpo atado o, simplemente, de pasar hambre y sed.


Raúl Mérida